Quién es el analista de datos argentino que ayudó a Ecuador a llegar al Mundial Qatar 2022

Ahora es evidente. Ahora, con planes inmediatos de trabajo que incluyen disputar el partido inaugural del Mundial de fútbol, es evidente que su elección fue correcta. Que este era el camino que había que tomar. Pero diecisiete años atrás —cuando visitaba la productora Torneos y Competencias, pedía las grabaciones en VHS de partidos de la Primera División, editaba el material y armaba clips con las características de juego de los equipos— el argentino Alejandro Manograsso era un autodidacta y no podía saber que construiría una carrera profesional. No podía saberlo porque lo que terminaría siendo, analista de datos de fútbol, no existía. El rol es un invento moderno.
—Siempre me interesó hablar de fútbol a partir de los datos.

La Tri o Tricolor —como también se llama a la selección, por el amarillo, azul y rojo de la bandera ecuatoriana— llegó a un Mundial en cuatro oportunidades: Corea – Japón (2002), Alemania (2006), Brasil (2014) y en la actualidad. En el camino a Qatar los datos fueron imprescindibles.
—Fue muy importante un análisis que hicimos post Copa América (Brasil 2021). Tercerizamos informes con una empresa que se llama Atenea para conocer la cantidad de goles recibidos y la tipología de esos goles. Nos encontramos con un promedio de gol en contra —gol hecho por el rival— de 1.7. Era un promedio muy alto, una locura total. A partir de esa información activamos el motor de búsqueda del por qué.
Apoyándose en las imágenes de los partidos de la selección y en reportes sistematizados, encontró que la debilidad no estaba en la defensa sino en otro lugar. Relevando los datos, Manograsso y su equipo detectaron que cada pelota que Ecuador perdía al cruzar la mitad de la cancha terminaba en una situación de remate o gol del competidor.
—Ese análisis hizo que Gustavo [Alfaro] adoptara una frase que repitió en conferencias de prensa y entrevistas: “El arco en cero nos lleva al Mundial”.
Hacia adentro, para el equipo, la consigna era la misma, aunque más específica: “Muchachos, tenemos que bajar este 1.7 de promedio”.
Y los muchachos, habituados a trabajar con datos, entendían.
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¿Hay un analista por ahí?
La tarea es silenciosa y su engranaje invisible. No existen representaciones. Ni las series, ni las películas se ocuparon de retratar la vida de un analista de datos de fútbol. Y esa falta deja un hueco: un jefe de la mafia visitando en forma periódica a su psiquiatra no hubiera resultado verosímil si no fuera por Tony Soprano; ver el lado sexy de la publicidad y entender cómo se transformó en una industria no sería posible sin Don Draper y Peggy Olson. En cambio, tratar de explicar qué hace un analista de datos de fútbol desemboca en respuestas pixeladas: algo que tiene que ver con computadoras, procesamiento de grandes volúmenes de datos y no mucho más.
La referencia más cercana la dio el cine. En 2011, la película Moneyball reflejó la relación entre datos y deportes. El film es una adaptación de un libro basado en la historia real del gerente del equipo de béisbol Oakland Athletics que utilizaba estadísticas de avanzada para fichar jugadores. Brad Pitt interpreta al gerente y Jonah Hill, al economista que implementó el sistema matemático para definir las contrataciones.
No todas las metodologías cuantitativas del béisbol pueden ser extrapoladas al fútbol. Pero el libro y la película dejan un concepto que sí funciona como espejo: el uso de los datos para segmentar y descomponer un deporte, separando las partes en su expresión mínima para crear —como dice el físico argentino, fundador de la empresa Métrica Sports, Bruno Dagnino— la máquina de entender el juego.

Data point, ¿qué lo qué?
Por primera vez en la historia de los mundiales, la FIFA desarrolló para esta edición una plataforma de datos para abastecer a las 32 selecciones que participan. Con un grupo de 25 analistas por partido (más de un especialista por jugador) ofrecerá 15.000 data points, una unidad de información que puede representar la velocidad de un tiro, la posesión de la pelota, las coordenadas en las que está un jugador, etc. En un partido profesional se registran en promedio entre 2.000 y 2.500 data points. Este crecimiento en el caudal de la información necesitará de especialistas que sepan leerlo o tercerizarlo con rapidez a empresas privadas dedicadas a este tipo de análisis.
—A mitad de año, FIFA organizó un workshop de diez días en Doha con los integrantes de cada federación: encargados de la seguridad, la logística y los analistas especializados en fútbol —dice Manograsso—. Ahí nos mostraron cómo van a compartir la información. La importancia que le dan a los datos es muchísima, a tal punto que en la cancha destinan nueve posiciones para analistas. En esas ubicaciones hay dos pantallas táctiles con las imágenes y métricas de ocho cámaras, vos elegís qué cámara ver. Lo mismo, en el banco de suplentes. Ahí vamos a tener un dispositivo donde seguir el partido con sus mediciones.
Los datos llegan con un delay de 30 segundos. Además, según promete la FIFA, cuatro horas después de cada partido, en la plataforma habrá disponible un análisis sobre el rendimiento del equipo y de cada jugador. A la noche, antes de meterse en la cama, Messi —el mejor del mundo— podrá entrar a la plataforma para chequear qué tal le fue. Lo mismo, Mbappé, Neymar o Ronaldo.

En el fútbol moderno y en Qatar todo se mide, todo se cuantifica. Y eso también puede ser abrumador. Los datos se generan tan rápido, y son tan grandes y complejos, que no pueden almacenarse y procesarse en bases tradicionales. Necesitan una tecnología más robusta. El volumen es desmedido y cualquier experto puede terminar mareado.
—Mi mayor objetivo es convertir la big data en smart data. ¿Esto qué significa? Lograr que la información le sirva al técnico, que sea valiosa para su juego o planificación. No puedo tirarle un bagaje de datos sin contexto porque lo confundo. Siempre digo “mis análisis no hablan de números, sino de fútbol”.
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¿Qué datos importan en un Mundial?
Manograsso ya tiene estudiados a los rivales de Ecuador en la fase de grupos: Países Bajos, una selección que persigue tener la pelota más tiempo que el oponente; Senegal, un equipo físico, y Qatar, que construye el ataque desde la defensa. “Los qataríes siempre salen jugando del fondo”, dice. A partir de ese dato, hizo doble click en la información: ¿cuántas pelotas pierden?, ¿dónde las pierden?, ¿quién es el jugador que más pelotas pierde?, ¿cómo las pierde?, ¿en el pase corto, en el pase largo?
—Analizamos decenas de partidos de Qatar y esos partidos nos dieron escenarios distintos. Juegos en los que perdían muchísimo la pelota y otros en los que no. Fuimos a las imágenes y vimos que la diferencia entre un resultado u otro se apoyaba en cuánto presionaba el rival.
¿Es posible predecir quién ganará? Dice que no. Dice que el análisis de datos es una herramienta: permite profundizar, cuestionar el análisis original y llegar a conclusiones más útiles. No revela el futuro.

¿Quemar puentes?
Manograsso cree en los datos pero una madrugada de octubre de 2019 casi pierde la fe. Gustavo Alfaro dirigía a Boca y, como ahora, él formaba parte del cuerpo técnico.
—Habíamos perdido 2 a 0 en cancha de River en la primera semifinal de la Copa Libertadores y volvíamos a la Bombonera por la revancha. Me acuerdo que era la una, una y media de la madrugada, cuando nos llegó un informe de una herramienta basada en inteligencia artificial, que compila datos a partir de tracking óptico (cámaras y sensores), procesa esos datos con algoritmos y entrega un reporte con indicadores de rendimiento. Esa noche todos estábamos de acuerdo: había un jugador que tomaba malas decisiones. Todos estábamos convencidos. Era unánime. Pero según los datos, según el informe, ese jugador era el que mejor decisiones tomaba. Imaginate lo que fue, estábamos quemados después de mirar no sé cuántos partidos, de analizar y analizar, y llega ese documento. Yo pensé “esto lo prendo fuego ya. No sirve para nada”. Estuve a punto de llamar a la empresa proveedora y decir “¿qué me están mandando?”. Después me calmé, pensé “yo confío en esto” y volví a revisar las filmaciones de los partidos, algo no estábamos viendo. ¿Sabés cuál fue la conclusión? La toma de decisiones estaba bien, lo que estaba mal era la ejecución. El tipo llegaba al fondo y tiraba al centro y estaba bien. Porque era la mejor decisión. Pero el centro caía detrás del arco o caía en la zona del segundo palo, pasada.
Boca ganó ante River en la segunda semifinal pero quedó eliminado de la Libertadores por diferencia de goles. Al jugador, en tanto, se le ajustó el entrenamiento. Según Manograsso, en los partidos siguientes mostró un salto de calidad en su rendimiento.
—En definitiva, el que está en el campo es el jugador. Lo que nosotros hacemos es tratar de darle las mayores herramientas para que resuelva en cancha.
Ficha técnica
Alejandro Manograsso nació en 1972, es el hijo menor —dos hermanas mayores— de un matrimonio de comerciantes. Su familia tenía un negocio que fue florería, que fue juguetería, que fue fábrica de pastas. Creció en el barrio porteño de Colegiales y jugó en las juveniles de Chacarita Juniors hasta sus 13 años, cuando su padre murió y él sintió que debía dejar el fútbol para transformarse en “el hombre de la casa”. Se recibió de técnico electromecánico y estudió periodismo deportivo. No pudo alejarse del fútbol.
En 2005 empezó a trabajar para Alfaro, entonces técnico de San Lorenzo. Conseguía imágenes de los partidos para segmentar las acciones del rival. Y armaba clips en VHS, después en DVD, con las acciones —tiros de esquina, defensa, ataque— que le interesaban al director técnico. Así, ver fútbol día, tarde y noche se convirtió en su trabajo. Podría ser la representación de un empleo ideal para muchos pero en aquel tiempo caer con una cámara o con una computadora a los entrenamientos era motivo de burla. “¿Qué?, ¿Eso hace goles?”, le decían.
Visto desde hoy no podía saber si apostaba a un delirio o a una carrera. Su rol estaba en desarrollo. Todavía lo sigue estando y eso lo hace difícil de explicar y de entender. Sus hijos, mellizos de seis años, comprenden que su padre trabaja dentro del mundo del fútbol y que formará parte de la Copa.
—El tema no es que entiendan lo que hago, sino hacerles entender que tienen que hinchar por Ecuador. Yo les llevo la camisa de Ecuador y quieren la de Messi, es lógico.
Manograsso se ríe.
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