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El Real Madrid, campeón de la Copa del Rey de baloncesto cuatro años después: acaba con el Barça en un esprint final letal

Madrid campeón
El Real Madrid, campeón de la Copa del Rey 2024 en la ACB (EFE/ Daniel Pérez)

Málaga, cuatro años después, vuelve a ser sinónimo de Copa del Rey de baloncesto para el Real Madrid. Los blancos vuelven a sumar uno de sus torneos fetiche a las vitrinas gracias a su mejor hacer en el último cuarto, ante un Barça que opuso una resistencia durísima hasta los minutos decisivos. Unos en los que el acierto y la intendencia sonrieron más al que era principal favorito para llevarse el título. A la hora de la verdad, se cumplieron las expectativas y llegó el entorchado número 29 del conjunto merengue en esta competición (96-85).

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Tras cuatro finales coperas consecutivas perdidas ante el eterno rival, el Madrid, en el evento en el que se inauguró la era Laso, volvió por sus fueros habituales en la etapa que actualmente encabeza Chus Mateo. Como en la última edición que se disputó en el Martín Carpena, quien más sonrió en las filas del campeón fue todo un hijo pródigo como Facundo Campazzo. Desatado en su regreso, no iba a bajar el pistón ni un ápice en la Copa, una de las citas siempre señaladas en rojo en el calendario. El MVP fue suyo con total merecimiento.

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Pero las victorias de este Madrid son corales. Sólo así, confiando en la fuerza del colectivo, se pudo apear al Barça del camino al lugar más alto del podio. Cuando el reloj empezaba a morir, nadie tuvo más y mejor colmillo que el Facu y Deck, por un lado, y Yabusele y Poirier, por otro. Sin el poderío de estas duplas argentinas y francesas cuando el balón más quemaba, la escapatoria definitiva no se habría producido. Porque, hay que tenerlo muy en cuenta, las ventajas holgadas no llegaron al partido hasta que el bocinazo estuvo realmente cerca.

Tavares Copa
Tavares intenta anotar en la final ante el Barça (acb Photo / David Grau) (DAVID GRAU LLINARES/)

Acertando desde el triple y defendiendo con cabeza, se pudo eliminar toda ambición en las filas del Barça. Que fue mucha en casi todo el duelo, aunque la gasolina, a la hora de la verdad, favoreció mucho más al Madrid. Sin la lucidez de ideas que sí se había dado con anterioridad, el marcador terminó por dictaminar lo que lleva viéndose en lo que va de curso: los líderes de la ACB y de la Euroliga no se bajan del avión, mientras que el nuevo proyecto culé sigue necesitando tiempo para cuajar. A pesar de que, tras una cierta crisis hace unas semanas, las sensaciones no son nada malas.

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La Copa, en un puño durante tres cuartos

El espectáculo estuvo a la altura de las circunstancias. De un Clásico, cabe esperar emoción y talento a raudales. El de este domingo tuvo ambas cosas en muchas de sus fases. El electrónico no podía estar más apretado. Aunque el Madrid daba muestras de querer escaparse, el Barça no estaba por la labor de permitirlo. Con Satoransky y Laprovittola a los mandos, consiguieron neutralizar las primeras ventajas blancas. E incluso darle la vuelta, con un Jabari Parker de hechuras y plasticidad exquisitas y un Jokubaitis que lleva el microondas consigo en toda ocasión que se precie.

Las espadas estaban en todo lo alto en defensa y el tiro exterior sonreía más al Barça. Hezonja, al igual que su brate Musa, tuvo su momento de gloria. Estuvo bien surtido por un Sergio Rodríguez que se empeña en seguir convirtiendo la cancha en Hogwarts cada vez que se inventa un pase de fantasía. Poirier ya empezaba a sembrar el pánico en la zona, como Tavares había conseguido anteriormente a base de tapones. Pero nadie lograba distanciarse, no había manera.

Musa Lapro
Musa intenta anotar ante Laprovittola (EFE/ Daniel Pérez)

Buena parte del trofeo que había en juego iba a ganarse en la zona. De ahí el arreón protagonizado por Jan Vesely tras el descanso. Agua, porque el Madrid no se achantó y recogió el guante que le lanzaba su némesis. El toma y daca no perdió ni un ápice de intensidad, con amagos de pequeñas roturas en ambos bandos. Se quedaron en eso, en intentos, pero el Madrid empezó a amenazar con el break definitivo al asomar los diez minutos para la conclusión.

Lo conseguiría desde ese 6,75 del que tanto se había fiado el Barça. Más bien desaparecido cuando el confeti empezaba a intuirse. Se teñiría de color blanco, aunque un dato que demuestra que los culés fueron muy dignos adversarios es que se quedaron a cinco puntos de firmar la máxima anotación global de los últimos 37 años en la Copa. Consuelo menor, pero síntoma de que el equipo de Roger Grimau se ha ganado un crédito del que se dudó lo suyo no hace tanto. El que le sobra, van dos títulos de dos posibles, a un Madrid que ha dejado atascado el acelerador. Y a ver quién es el guapo que, a día de hoy, lo arregla.

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