El Estado y la dirigencia ausentes en el cuidado de los deportistas
Esta columna no pretende distinguir entre víctimas y victimarios. Tampoco aspira a dar una palabra definitiva respecto de los episodios que, de alguna manera, son los que la motivan. Se trata, en todo caso, de enumerar algunos de esos asuntos y, casi por decantación, abrir la puerta a algunas preguntas. Especialmente, un par de ellas: ¿Quién se encarga de explicarle a un deportista joven de qué se trata cada vuelta de tuerca del llamado Alto Rendimiento? ¿Somos conscientes de cuanto más que ser un superdotado en una disciplina atlética los convierte en individuos preparados para los desafíos que se te vienen encima cuanto más alto vas llegando? ¿Quién les enseña a prepararse para el éxito, el fracaso (esos dos impostores al saber de Rudyard Kipling), para el despegue y para el ocaso? ¿Alguien se dedica a convencerlos de que hay mucha más vida cuando se te acaba el combustible?
Hace más de una década, siendo aún uno de los mejores basquetbolistas del mundo, es decir, en plena vigencia de su carrera, Luis Scola trajo a la Argentina un programa conocido aquí como TAP, Transición Al Profesionalismo. Que no es otra cosa que el RTP, Rookie Transition Program de la NBA. Se trata de un taller intensivo de tres días –así fue el realizado en nuestro país- en el cual distintas personas vinculadas con el deporte y no tanto explicaron a un grupo de jóvenes basquetbolistas asuntos relacionados con temas tan diversos como psicología deportiva, marketing, prensa, plan de carrera, árbitros, medicina y prevención, manejo del dinero y, desde ya, relación con fanáticos, fanáticas y redes sociales. La intención original del programa podría simplificarse en bruto con una consigna similar a que el atleta sepa de sus derechos tanto como de las obligaciones que implica ser una figura que rompe el cascarón del estímulo lúdico que nos lleva a jugar para ser elegidos que hasta se convierten en fuente de inspiración para un montón de chicos.
Aquella experiencia, cuya explicación más seria puede encontrarse aun hoy en internet (infoenard.org.ar ¿Qué es el programa TAP?), se replicó también con atletas de otras especialidades. Inclusive algunos veteranos con experiencia en juegos panamericanos y olímpicos.
Es probable que la mayoría de ustedes no haya escuchado hablar jamás de este tipo de movida. Mucho menos de que se haya realizado en nuestro país con deportistas locales. No es su culpa: en un país sin política deportiva y con funcionarios de ocasión (en el mejor de los casos) es de manual que algo como el TAP pueda parecerles entre ciencia ficción y pueril.
Tampoco es casual que haya sido Scola quien nos enseñó al respecto. Ni deja de ser paradojal que un señor que estaba bastante atareado en esos días jugando tanto para la Argentina como para Houston Rockets haya podido ocuparse de una iniciativa semejante, nunca más replicada desde escritorios que, como se dice hoy, “no la ven”. Retirado ya, Luis es una de las decenas de figuras de altísima relevancia nacional e internacional que hace rato deberían estar en el radar de la política para que sean ellos, los que la saben de verdad, honestamente y desde adentro, los que pongan en marcha de verdad un sistema que acompañe como corresponde a la más que generosa materia prima que genera a diario nuestro deporte. El tema es que a la alta política (ponele) el deporte le importa un bledo.
Afortunadamente, nuestro deporte tiene un montón de dirigentes, familiares, auspiciantes desde los más renombrados hasta pequeños comerciantes del pueblo de origen y todo tipo de integrante de cuerpos técnicos (entrenadores, preparadores físicos, psicólogos, nutricionistas, etc) que se preocupan hasta lo indecible por la salud deportiva, física, mental y social de nuestros cracks.
Prometo esta vez no hacer nombres; no querría reincidir en la injusticia prevista de hace una semana en la que omití mencionar ni más ni menos que a la tiradora riojano-cordobesa Fernanda Russo, otro de esos regalos de amistad que me ha dado este oficio.
No es casual la mención de Fernanda. Sirve para disparar alguno de esos ejemplos en los que hubiera sido fundamental un TAP o, al menos, un acompañamiento que ayude a tratar con ciertos temas.
En su caso, el de saber cómo digerir que, por el mero hecho de reclamar desde su condición de flamante medallista panamericana y clasificada a París y recibida en la carrera de Gestión Deportiva que se atienda más seriamente al atleta argentino haya tenido que soportar una filípica telefónica a cargo de gente de la dirigencia. Una vez más, el asunto no era corregir omisiones sino que nadie hable de ellas.
A propósito de contención. Entre una infinidad de ejemplos, hace no muchos años el deporte argentino perdió una figura de proyección mundial cuando una atleta empezó a dejar su carrera no casualmente poco tiempo después de haber soportado tratos indecentes por parte de un delegado en un Mundial para menores de 16 años. La deportista dejó el deporte y el país. El acusado nunca dejó de merodear el ámbito de las pistas.
Por estos días, dos episodios bien distintos pusieron en primer plano a gente del fútbol. Por un lado, la tremenda acusación de la colega tucumana a un grupo de jugadores de Velez. Por el otro, la confesión en redes sociales de Daniel Osvaldo respecto de una depresión que lo llevó a consumir alcohol y drogas a nivel de adicción.
Podemos abrir ventanas y sumar la cacería de haters que infectaron las redes sociales de Delfina Pignatiello. O el duro trance post retiro que confiesan en privado un montón de deportistas cuyo trauma no pasa solo por no saber cómo ganarse la vida, sean mega profesionales o becados de miseria, sino por sentir que, de golpe, se ven expuestos a no hacer más aquello que empezaron de niños y que, candorosa y lógicamente engañados, creen que es lo único que son capaces de hacer. Ni que hablar de los que tiran de la cuerda hasta cerrar una vida extraordinaria con una ristra de fracasos.
De tal modo, es inevitable que toparse con la realidad del fin de ciclo parezca llevarse puesto un paredón de cemento con un Fórmula 1.
El asunto es que se los prepare a tiempo. Y avisarles que la plenitud y el esplendor son, para todos nosotros, un momento y no un recorrido permanente.
Entonces. ¿Quién les explica que hay cosas que no se hacen, que ser una figura no te convierte en impune? ¿Quién les enseña a defenderse del dirigente que les hace sentir que son un mal necesario y pasajero y poner un límite al atropello aunque ellos implique tener que bajarse del avión? ¿Quién los prepara para asumir la idea de la finitud? ¿Quién les dice que se puede salir del pozo? ¿Quién no explica a ellos, a ustedes y a mí, que nada es para siempre?