El crudo testimonio de una médica terapista en pandemia que vio morir matrimonios, padres e hijos en soledad
En el verano del 2020 tuvimos noticias de que en Europa se estaba expandiendo una nueva variedad de coronavirus que afectaba severamente la función respiratoria produciendo gran cantidad de víctimas. Se llenaban las terapias intensivas y el personal de salud no daba abasto, parecía que las camas y los respiradores no iban a ser suficientes. Veíamos imágenes de terror que difundían como las estaban pasando en el resto del mundo.
Los primeros días de marzo, empezamos a prepararnos, a ver como íbamos a trabajar, como se iban a incrementar el número de camas de terapia intensiva para cubrir la demanda, al igual que la administración del equipamiento y los insumos necesarios. Rápidamente, todos los administradores, trataron de comprar todo tipo de equipamiento y gran cantidad de insumos. De modo que surgieron las primeras dificultades, ya que comprar respiradores y monitores para preparar camas de terapia intensiva, no era ir retirarlos de un estante. Hay que encargarlos, ya sean nacionales (que son pocos) o importados. Además, la cantidad de personal especialista en terapia intensiva es limitado.
Llegaban permanentemente noticias sobre como trabajaban en otros países frente a la escasez de personal de salud, equipamiento e infraestructura. Noticias sobre nuevos tratamientos, protocolos de investigación, y recomendaciones sobre como manejar esta enfermedad.
Nuestro sistema de salud aumentó en más del 40 por ciento la disponibilidad de unidades de terapia intensiva, lo cual implicó sumar camas, recurso humano capacitado y equipamiento para brindar atención a los pacientes críticos. El incremento de camas se efectivizó, pero el recurso humano no fue suficiente (ni en número ni en capacitación). Este déficit se compensó con el esfuerzo personal de otros integrantes activos del sistema de salud.
Desde el 25/03/20 que ingresó el primer paciente hasta diciembre de ese año se internaron en Terapia Intensiva 472 pacientes. El 67% recibió ventilación mecánica. El tiempo de internación en terapia intensiva fue un poco más del doble que lo habitual al igual que la mortalidad.
Pocos días después de internar el primer paciente, tuvimos que ser internados mi esposo y yo por Covid. Los dos somos especialistas en Terapia Intensiva y trabajamos en el Hospital de Clínicas toda la vida. Mi esposo, ex jefe de Terapia Intensiva ya jubilado, colaboraba con la Dirección del Hospital en la Organización y yo estaba a cargo de la Terapia. No lo podíamos creer. Tuvimos que estar internados un mes y medio. Fue durísimo, primero porque escuchábamos noticias en los medios sobre nuestra propia salud, luego porque pensábamos en nuestros familiares y a quienes sin querer podíamos haber contagiado. Especialmente, yo pensaba en mi papá, a quién desde el fallecimiento de mi mamá, con mis hermanos no dejábamos nunca solo, pero que comenzada la pandemia yo dejé de verlo.
Dos días antes de internarnos fui a visitarlo. Entré de noche, para no cruzarme con nadie, por la puerta de servicio y desde ahí, a muchos metros de distancia de donde él estaba sentado, le charlé y le conté cosas. Y esa fue la última vez que lo vi casi por dos meses. También fue triste, cuando me enteré del enojo de algunos vecinos, por haber visitado esa noche a papá, alguno de ellos amenazó con denunciarme.
Si bien mi esposo y yo estábamos internados en el mismo lugar, por supuesto por el aislamiento, no podíamos vernos. Él estaba más grave que yo, me desesperaba saber que tenía mucha fiebre y que la saturación de oxígeno le bajaba y lo veía agitado durante las video llamadas. Toda esa enfermedad duró un mes y medio y luego dos semanas más para que nos dejen volver a trabajar.
Cuando volví a ver a mi papá después de dos meses, de lejos, me preguntó si nunca más le iba a dar un beso. El 20 de julio de ese año falleció, no por Covid, pero tampoco pudimos acompañarlo, tuvimos que entregarlo con mis dos hermanos y luego irnos.
En lo personal sufrí mucho. El temor de haber contagiado a alguien, la disolución de las reuniones familiares de todos los domingos, para respetar el aislamiento recomendado. Cada vez que alguien de la familia me decía que tenía fiebre, empezaba el temor de que vivieran lo mismo que vivíamos cada día con los pacientes.
Si bien, hemos participado en la asistencia de otras catástrofes no naturales con múltiples víctimas como AMIA y Cromañón, esta experiencia fue completamente diferente. Porque AMIA y Cromañón tuvieron principio y fin, en cambio, la pandemia, parecía que nunca más iba a terminar.
Yo me comunicaba con frecuencia con un médico Jefe de Servicio de un Hospital Universitario en Barcelona, donde desarrollé parte de mi formación de especialista, para tratar de adelantarme a lo que podía suceder.
Esos meses vimos morir matrimonios, hijos, padres, peleamos por la salud de personas que luego de mucho sufrir fallecieron, aunque otras salieron a delante.
Tuvimos amigos y colegas enfermos y algunos que fallecieron. Veíamos todos los días como miembros del equipo de salud se enfermaban. Hemos hablado con amigos hasta minutos antes de que se les coloque el respirador artificial, expresando el terror por lo que estaban viviendo.
Cuando comenzó la pandemia nos convertimos en héroes, pero los aplausos fueron “un rato”. Nos sentimos “valientes” y “generosos”. Fuimos “personal esencial”. Pero ese sentimiento se agotó, nos cansamos, tuvimos miedo de enfermarnos y/o morirnos, o peor, que se enferme o muera alguien de la familia, también sentimos el rechazo de vecinos temerosos y sufrimos por las vidas que terminaban en soledad dentro de nuestras unidades. Considero que es imposible salir indemne de esta experiencia.
La pandemia de COVID-19 puso a prueba el sistema de salud y provocó una deserción generalizada del personal de cuidados intensivos que tiene actualmente un impacto negativo en la atención brindada. Ahora nos enfrentamos a la realidad que pone de manifiesto la escasez del recurso humano, las renuncias y para muchos, el abandono de la profesión y ninguna propuesta superadora, ni siquiera la de sentir que este problema se posiciona en la agenda pública.
La Dra. Célica Irrazábal (mn 73711) es jefa de la división Terapia intensiva del Hospital de Clínicas José de San Martín