Sociedad

La historia oscura detrás de los inicios de la producción de yerba mate

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Mensús cargando arrobas de yerba mate.

La yerba mate es la infusión más consumida de la Argentina y su demanda no ha disminuido desde su aparición en épocas coloniales. A pesar de su popularidad, la historia detrás de su cultivo durante el fin del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX es menos conocida.

El protagonista de esta historia es el trabajador de las plantaciones de yerba mate, mejor conocido como “mensú”. A fines de la década de 1890, se establecieron en Paraguay y el noreste argentino regímenes de trabajo forzado en los yerbales, cuyas condiciones eran comparables a la esclavitud. Los mensús eran reclutados en distintas ciudades de la provincia de Misiones y, bajo falsos pretextos, aceptaban ofertas como trabajadores rurales en la selva misionera del Alto Paraná, convencidos de que iban a recibir salarios dignos por su labor.

Para comprender el contexto histórico de la explotación de yerba mate y las condiciones a las cuales eran sometidos los mensús, Infobae habló con tres expertos sobre el tema: María Angélica Amable, profesora de Historia en el Instituto Superior Antonio Ruiz de Montoya (ISARM) e integrante del consejo directivo de la Junta de Estudios Históricos de Misiones, Liliana Mirta Rojas, también Profesora de Historia en ISARM y directora del Museo Regional Aníbal Cambas de Misiones, y Sebastián Gómez Lende, Doctor en Geografía e investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).

El contexto

Los primeros antecedentes de explotación laboral en el sector de la yerba mate datan desde la época colonial, cuando los conquistadores y encomenderos esclavizaron a las poblaciones nativas para recolectar los yerbales silvestres.

Gómez Lende, especialista en geografía regional y autor de la investigación “De la acumulación primitiva a la acumulación por desposesión: superexplotación laboral en la cosecha de yerba mate del nordeste argentino (1870-2018)”, le trazó la historia de la yerba mate a Infobae.

“Con las guerras de independencia, el próspero mercado de la yerba mate condujo nuevamente a la expoliación de la fuerza de trabajo nativa bajo un esquema de ‘peonaje por deudas’. Fue en ese contexto que Paraguay quedó con el control cuasi monopólico de la producción de yerba mate, así como con la administración del actual territorio misionero, hasta que en 1827 la provincia de Corrientes ocupó militarmente Misiones y se anexó una porción de los yerbales paraguayos, pasando así a explotar el recurso mediante permisos fiscales”, explicó el geógrafo. “Hacia la segunda mitad del siglo XIX, en un contexto donde por un lado el centro de gravedad de la actividad yerbatera comenzaba a desplazarse hacia Brasil y por el otro los yerbales y riquezas forestales de Misiones despertaban las apetencias argentinas, brasileñas y paraguayas por igual, la Guerra de la Triple Alianza de 1865-1870 permitió que Argentina se anexara parte del territorio paraguayo y que, con él, se apoderara de prácticamente la totalidad de Misiones, con lo cual Paraguay perdió el control sobre el mercado y el recurso yerbatero”.

En 1875, se habilitó formalmente la explotación de los grandes yerbales silvestres y, un año después, se sancionó el Reglamento para la Explotación de los Yerbales Fiscales. En 1881, el Estado nacional dictaminó la secesión de Misiones y acordó una línea divisoria con Corrientes, reconociendo la autonomía separada de ambas provincias.

“Sin embargo, no pudo impedir que, pocos meses antes de la sanción de la norma, la legislatura correntina autorizara la privatización masiva de 2,1 millones de hectáreas de tierras fiscales, de las cuales 816.247 hectáreas correspondían a Misiones. Así, el 70 por ciento de su superficie original fue repartido entre 29 compradores nacionales y extranjeros dedicados a la especulación de tierras y los negocios agroindustriales, y las tierras más ricas y productivas de Misiones se convirtieron en latifundios forestales y ganaderos”, agregó Gómez Lende. “Fue entonces cuando entraron en plena producción los mayores yerbales silvestres del Alto Paraná, controlados por un oligopolio formado por compañías brasileras y argentinas con intereses no sólo en la yerba mate sino también en los obrajes forestales y las flotas de barcos a vapor para el transporte de mercancías y personas. Estas compañías fueron estableciendo postas que paralelamente funcionaban como centros de expendio de bebidas alcohólicas, juegos de azar y burdeles”.

Entre estas empresas, se destacaban la “Sociedad Industrial Paraguaya”, la brasileña “Matte Larangeira” y las argentinas “Mascias”, “Rodríguez y Cía.”, “Escalada, Barthe y Arrillaga”, “Núñez y Gibaja”, “Martin y Cía.” y “La Plantadora”.

Pero, pese a que el mercado yerbatero era próspero y altamente rentable, estas empresas se enfrentaron a un problema: la escasez de fuerza de trabajo.

“A raíz de la Guerra de la Triple Alianza, una masa de aborígenes y en menor medida criollos había quedado violentamente desposeída de todo medio de producción y de vida, convirtiéndose en grupos semi nómades que desarrollaban desplazamientos pendulares en la zona de la triple frontera”, explicó el geógrafo. “Pese a no contar con más medios de subsistencia que la caza, la recolección y la agricultura itinerante, estos grupos sociales no tenían interés en dirigirse voluntariamente al mercado para ofrecer su fuerza de trabajo y convertirse en asalariados de las compañías. La figura del ‘mensú’ fue la respuesta de los capitalistas yerbateros para resolver dicho problema”.

El mensú

Por su parte, Amable y Rojas han realizado muchas investigaciones en conjunto y publicado varios libros, siendo co-autoras de “Historia Misionera: Una Perspectiva Integradora”, “Historia de la Provincia de Misiones Siglo XX”, y “La Yerba Mate en la Historia Misionera”, este último siendo publicado en el 2022. Entre sus temas de trabajo, investigaron en profundidad el rol del mensú en la explotación de yerba mate.

“En general a todos los peones de los yerbales –desde el siglo XIX– se les conocía como mensualeros, de allí la denominación de ‘mensú’– el que cobraba su trabajo por mes”, contaron las historiadoras en una entrevista compartida. “En su mayoría eran mestizos que hablaban en guaraní. Podían ser paraguayos, brasileños o correntinos. A veces algunos se ‘conchababan’ para trabajar en los yerbales escapando de la justicia por delitos cometidos. Eran hábiles para distintas labores, algunas muy rudas y pesadas”.

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Un mensú cargando arrobas pesadas de yerba mate

Para llevar adelante el cultivo de lo que en su época se refería al “oro verde”, las empresas contrataban a “conchabadores”, conocidos también como “enganchadores”, para buscar mano de obra. Los conchabadores fueron actores centrales para la formación de los equipos de trabajo rural de la Argentina y estaban a cargo de reclutar a peones predominantemente correntinos, misioneros, entrerrianos y paraguayos para luego destinarlos al régimen laboral en la selva misionera.

“En las últimas décadas del siglo XIX, el resurgimiento de la industria yerbatera y maderera exigió mano de obra; la escasa población del Territorio Nacional de Misiones no fue suficiente y los yerbateros y madereros buscaron braceros fuera del territorio, en las poblaciones fronterizas de Paraguay, Brasil y de Corrientes, por medio de “enganchadores” o enviados especiales quienes percibían una suma de dinero por cada candidato”, explicaron Amable y Rojas. “Se presentaban en despachos de bebidas y buscaban interesados a quienes embriagaban para convencerlos de aceptar el trabajo, ofreciéndoles ‘adelanto’ de dinero a cuenta del futuro trabajo en los yerbales. Se los trasladaba a Posadas –el pasaje a cuenta del trabajador– y entonces comenzaba la desdicha del mensú”.

Aunque la mayor cantidad de trabajadores fueron reclutados en Posadas, existían otros centros de conchabo en Misiones que funcionaban en menor medida, como Candelaria, Santa Ana y San Ignacio. También existían puntos activos de reclutamiento en las ciudades paraguayas de Encarnación y Barracón. Era en estos lugares donde los peones obtenían su adelanto y firmaban el boleto de conchabo. Los mensús solían dejar el dinero recibido a sus familias, mientras que también era muy común que lo gastaran en las tabernas y burdeles de Posadas.

“Antes de partir, el peón ya está endeudado con el empresario o patrón por haber gastado el adelanto. Una vez en los campamentos, cobraba en vales y sólo conseguía comprar los productos de los negocios que pertenecían a los patrones, a precios desorbitantes. Cuando terminaba el ‘conchabo’ o contrato y se hacían las cuentas, el peón siempre debía al patrón, por lo que continuaba su conchabo hasta saldar la deuda”, agregaron Amable y Rojas.

El contrato en el cual entraban los mensús no estipulaba con claridad cuáles serían las condiciones de trabajo, las tareas a realizar en los yerbales, la duración de la jornada, la remuneración, los alimentos que recibiría, ni tampoco los días de descanso. Pero tras firmar el boleto de conchabo, los mensús se preparaban para el viaje hacia el Alto Paraná.

“Junto a muchos peones más, era trasladado por vía fluvial al norte del territorio misionero –haciéndose cargo también del pasaje– hacinado en la cubierta de los buques, sin cama ni abrigo”, relataron las historiadoras.

Las condiciones de trabajo y el castigo

Apenas llegaban a su destino, los mensús fueron puestos a trabajar.

“Los peones y un capataz, que entraban a los montes para trabajar en los yerbales, constituían la ‘comitiva’, que era contratada por un empresario yerbatero, por lo general era un conjunto de 20 a 30 hombres”, explicaron Amable y Rojas. “Lo primero que hacían era establecer el lugar para el campamento, limpiaban el terreno y levantaban la ranchería para los peones. Los ranchos eran muy precarios, armaban con cañas los catres para dormir y también utilizaban hamacas de arpillera”.

Las tareas que realizaban los mensús eran diversas. Algunos tomaban el rol de “tarefero”, o encargado de cortar la yerba. Otros trabajaban de “urú” y se ocupaban de la torrefacción del producto.

“Las actividades se iniciaban con el corte de las ramas por el ‘tarefero’ y terminaban con el embarque de la yerba sapecada. El tarefero se internaba en el monte para cortar la yerba, trabajando desde la madrugada hasta el mediodía. Al atardecer sapecaba los gajos de yerba, pasándolos por un fuego vivo. La yerba sapecada era colocada en cestos de tacuara trenzada toscamente para transportarla”, detallaron las historiadoras. “Cuando llegaban los cestos o raídos al campamento, el urú desparramaba su contenido para revisarlo y comprobar si el sapecado estaba bien hecho y si las hojas no tenían ramas gruesas, horquetas, etcétera. Luego la yerba estaba en condiciones de pasar a la torrefacción, tarea controlada por el ‘urú’ y en la cual le ayudaban los ‘guaynos’– que eran los más jóvenes o niños”.

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Dos mensús trabajando en una plantación de yerba mate.

Muchos de los tareferos llevaban al campamento raídos que a veces pesaban hasta diez arrobas de yerba, cada arroba pesando más de once kilos. El naturalista y arqueólogo argentino Juan Bautista Ambrosetti también destacó las condiciones de miseria en las que vivían los mensús tras un recorrido que realizó en los yerbales de Misiones a fines del siglo XIX. Ambrosetti señaló que los mensús debían traer como mínimo seis arrobas de yerba para pagarse su comida, pero cuanto más traían era mejor, porque se les pagaba más. En los días de lluvia tenían que llevar por lo menos tres arrobas para ganarse su alimentación.

Por su parte, cuando el Departamento Nacional de Trabajo finalmente envió a un inspector a evaluar las condiciones de trabajo de los mensús, en 1913, el inspector quedó impresionado por la excesiva carga que transportaban, notando que los deformaba físicamente a tal punto que al cabo de diez años ya no podían continuar con la misma tarea.

Los mensús también eran castigados con frecuencia, sea por no alcanzar la productividad diaria fijada o por mínimas infracciones disciplinarias. Recibían sanciones en forma de multas y crueles castigos, entre ellos azotes, latigazos y la utilización de cepos. Era común que los mensús viajaran con su familia al Alto Paraná, donde las mujeres eran sujetas a violaciones por parte de los patrones y los hijos sometidos a la explotación infantil. En situaciones donde el mensú se escapaba, los yerbateros buscaban por todos los medios recapturarlos y en otros casos, los mataban para mandar un mensaje a los demás trabajadores sobre las consecuencias de intentos de fuga.

El mensú en la cultura argentina

Aunque la historia de explotación del mensú no se conoce de manera amplia en la cultura general del país, sí logró captar la atención de figuras reconocidas de Argentina.

El renombrado escritor uruguayo Horacio Quiroga fue encandilado para siempre por la selva misionera, a tal punto que construyó su propia casa de madera en la localidad de San Ignacio, donde vivió durante varios años.

El escritor uruguayo Horacio Quiroga en su casa de San Ignacio, Misiones.
El escritor uruguayo Horacio Quiroga en su casa de San Ignacio, Misiones.

En 1917, Quiroga publicó el libro de cuentos llamado “Cuentos de amor de locura y de muerte”. Uno de los cuentos, titulado “Los Mensú”, relataba las duras condiciones en las que vivían y trabajaban los peones rurales en el Alto Paraná y el intento de fuga de dos de ellos.

En 1943, el escritor, poeta y periodista argentino Alfredo Varela publicó “El Río Oscuro”, su novela más conocida, que al igual que el cuento de Quiroga, versa sobre el trabajo de los explotados trabajadores de las plantaciones de yerba mate en el nordeste argentino. En 1952 se estrenó la película “Las aguas bajan turbias”, basada en el libro de Varela, dirigida e interpretada por el cineasta Hugo del Carril.

Hugo del Carril
Hugo del Carril durante el rodaje de "Las aguas bajan turbias".

En 1966, el periodista y escritor argentino Rodolfo Walsh publicó un artículo en la revista Panorama, titulado “La Argentina ya no toma mate”. Entre otros temas relacionados, Walsh describió el trabajo de los mensús.

“Ahí están, hormigueando entre las plantas verdes, con sus caras oscuras, sus ropas remendadas, sus manos ennegrecidas: la muchedumbre de los tareferos. Hombres, mujeres, chicos, el trabajo no hace distingos”, relata Walsh. “No hay cabezas rubias ni apellidos exóticos entre ellos. El tarefero es siempre criollo, misionero, paraguayo, peón golondrina sin tierra”.

Walsh también compiló algunas de las protestas que le transmitieron los mensús en las entrevistas que tuvo con ellos.

“Estamos todos abajo; nuestro jornal no sube; el familiar no te paga; estamos atenidos; apenas se gana para el pan; si uno come medio kilo de carne a la semana, ya es lindo; estamos a mate cocido; no tenemos ropa”, son algunos de los comentarios que describió el periodista.

Esfuerzo para regular las condiciones laborales y el fin de la explotación

Desde 1876 existieron distintos reglamentos para la explotación de yerbales y al trabajo de peones, que incluso establecían mecanismos de reclamos para los trabajadores. De todos modos, estas regulaciones no lograron impedir la explotación de los mensús.

“Era sumamente difícil que los trabajadores pudieran quejarse o reclamar, en primer lugar, porque los yerbales estaban lejos de los pueblos y aislados, sólo se podía salir de ellos con los medios de transporte de los empresarios y por las picadas que también eran propiedad de los mismos, como así también las embarcaciones que estaban bien resguardadas en la costa, por si acaso llegaban hasta el río. Por otra parte, la ley era muy rigurosa con los trabajadores porque trataba de favorecer y garantizar la industria yerbatera”, explicaron Amable y Rojas.

Las historiadoras también agregaron que, desde la guerra contra el Paraguay hasta comienzos del siglo XX, la actividad yerbatera era extractiva. Cuando el modelo de explotación pasó a ser agrícola y se comenzó a plantar la yerba, se modificó también la situación de los trabajadores. Como los yerbales implantados quedaban cerca de los pueblos y ya no en el medio del monte, los peones ya no estaban confinados a lugares inaccesibles de los que no se podían escapar.

Gómez Lende destacó que fue este fenómeno lo que particularmente causó un punto de inflexión en las condiciones laborales de los mensús.

“Lo que verdaderamente afectó al negocio fue el paulatino agotamiento de los yerbales silvestres, que desde 1880 venían languideciendo debido a la sobreexplotación del recurso. Es decir, lo que puso fin al calvario del mensú no fue la intervención del Estado para poner fin a los atropellos de los capitalistas del sector, sino la extinción de los yerbales selváticos, que cerró la etapa del extractivismo yerbatero y abrió paso al cultivo de yerba mate, que ya desde principios del siglo XX venía desarrollándose gracias a las familias de colonos europeos radicadas en Misiones a partir de la década de 1880″, agregó.

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La selva misionera durante primavera (Ministerio de Turismo y Deportes)

El geógrafo también hizo referencia a la complicidad de las autoridades políticas de Misiones, que hicieron la vista gorda o inclusive participaron de la explotación.

“En ciertas ocasiones, las deplorables condiciones de vida y trabajo del mensú, así como las masacres que solían ocurrir como castigo por fugas o, excepcionalmente, motines y revueltas, llegaban a oídos de legisladores porteños, quienes llegaron a denunciar tal situación en el Congreso de la Nación”, contó Gómez Lende. “Sin embargo, tales denuncias no prosperaron debido a que los capitalistas yerbateros contaban con el apoyo del poder político, judicial y policial de Misiones. De hecho, algunos jueces e incluso el cónsul brasileño en Posadas llegaron a estar directamente involucrados en hechos de sangre ligados a la explotación del mensú, a lo cual se le suma que era habitual que funcionarios y magistrados mantuvieran fluidos vínculos con las principales empresas yerbateras, algunas de las cuales pertenecían a poderosas familias de la política local y nacional”.

En 1912, el Departamento Nacional del Trabajo ordenó una primera inspección sobre las condiciones laborales de los mensús. Al año siguiente, envió al inspector José Elías Niklison a evaluar personalmente las condiciones de los obreros de los yerbales y de los obrajes madereros. Tras finalizar su inspección, Niklison elevó un detallado informe sobre las condiciones de trabajo en Misiones.

“Responsabilizaba del problema a los empresarios, que por su deseo de lucro excesivo sometían a los trabajadores a esas condiciones infrahumanas y los tenían sujetos por medio de la violencia”, explicaron Amable y Rojas. “En ese año se intentó frenar la ola de crímenes y arbitrariedades creando la Oficina de Información de la Gobernación, dependiente de la Jefatura de Policía, cuyo fin era entregar a cada obrero una libreta gratuita que debía contener datos personales del peón u obrero, datos del contrato celebrado, duración del contrato, sueldo, precio de artículos de consumo indispensables, las liquidaciones, controles periódicos por parte de la gobernación de los traslados de los trabajadores y de los obrajes”.

En 1944, tras la implementación de la legislación laboral conocida como el Estatuto del Peón Rural, impulsado por Juan Domingo Perón, se fijó la duración de la jornada en nueve horas. Se impuso, además, el descanso dominical y condiciones razonables de higiene y alojamiento para los trabajadores rurales.

Sin embargo, estos logros fueron revertidos a fines del siglo XX.

“La desregulación laboral de la década de 1990 los sumió nuevamente en la precarización y la informalidad, despojándolos de conquistas alcanzadas medio siglo atrás ––la jubilación, obra social, aportes patronales, seguros por riesgos de trabajo– y derechos históricamente incumplidos –aunque garantizados por la legislación– como el aguinaldo, asignaciones familiares, vacaciones, y la indemnización inter-zafra”, contó Gómez Lende.

En el 2008 se sancionó en Misiones la ley provincial 4.450, haciendo obligatoria la formalización de los tareferos, que a su vez lograron cierta representación en el seno del Instituto Nacional de la Yerba Mate.

Otros reglamentos que mejoraron la situación de los tareferos fue la instrumentación de la Asignación Universal por Hijo para la Protección Social (AUHPS) en 2009 y la creación del Sindicato de Tareferos de Jardín América (SITAJA) en 2011. El cosechero también pasó a contar con la posibilidad de acceder al Subsidio Interzafra, que le proporciona ingresos bajos pero estables.

“Aunque necesarias para la supervivencia de estos agentes sociales, estas políticas públicas no representan una solución estructural a la problemática laboral reseñada, pues suponen un subsidio indirecto al capital al costear con fondos del erario público parte de las remuneraciones que en realidad deberían ser pagadas por los productores agrícolas, los secaderos y los contratistas”, remarcó Gómez Lende.

También se terminó con la utilización de los conchabadores como intermediarios entre las empresas yerbateras y los tareferos contemporáneos.

“El rol que antes desempeñaban los conchabadores es ejecutado por empresas de servicios, en las cuales las empresas yerbateras han tercerizado el reclutamiento, traslado y administración de los cosecheros. Estos agentes negocian el precio de la cosecha y el flete con el propietario del yerbal, utilizando como variable de ajuste las condiciones laborales del tarefero y reteniendo como ganancia una parte de sus jornales”, explicó el geógrafo. “Si bien esta es la situación general, existen singularidades: si las cuadrillas son reclutadas para yerbales pertenecientes a firmas agroindustriales, el vínculo capital-trabajo es más formal y estable; si, por el contrario, corre a cargo de productores agrarios directos, la relación laboral es mucho más informal y precaria”.

Los expertos entrevistados por Infobae destacaron que, aunque se observan varias rupturas de las circunstancias explotativas que los tareferos sufrieron a principios del siglo XX, siguen habiendo continuidades arquetípicas del mensú.

“Con matices, las jornadas laborales no son demasiado distintas a las que soportaba el mensú. Son prolongadas ––entre un mínimo de 9 horas y un máximo de 14 horas diarias, pero no incluyen turnos nocturnos, y durante los días lluviosos rara vez se trabaja. Algunas empresas respetan el descanso dominical, otras no”, detalló Gómez Lende. “Las remuneraciones continúan siendo bajísimas, independientemente de las regulaciones estatales mencionadas, aunque por lo general se abonan en moneda nacional de curso legal, a diferencia del pasado, cuando el pago en vales canjeables en las proveedurías era la regla y no la excepción. En resumidas cuentas, tanto el mensú de antaño como el tarefero contemporáneo siempre se hallan en el límite –o por debajo– del límite de la más básica de las subsistencias”.

Por su parte, las historiadoras Amable y Rojas destacaron la necesidad de conocer la historia de los mensús, dada la popularidad de la yerba mate que existe en la Argentina.

“Se ha avanzado mucho para mejorar las condiciones de estos trabajadores, por ejemplo, erradicar el trabajo infantil en los yerbales, beneficios sociales, medios de transporte más seguros hacia los yerbales, la utilización de tijeras automáticas”, destacaron. “Sin embargo, el trabajo del tarefero es muy duro, intenso, exigente, y poco remunerado– y merece ser reconocido por toda la sociedad que disfruta del mate”.

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