¿Qué tan lejos somos capaces de llegar para tapar nuestras vulnerabilidades?
Cuando el chofer llamó a subirse al ómnibus para continuar el viaje, Nelly pensó en ir a hacer pis, pero como no tenía tantas ganas al final no fue. Ya arriba del micro y mientras jugaban a las cartas, aceptó unos mates de un matrimonio amigo. No fueron muchos porque entonces los buses no tenían baño y ella no quería tener problemas.
Después de unas horas de recorrido empezó a preocuparse. Nadie se acuerda de las muelas sino tiene una caries y tampoco de la vejiga hasta que empieza a presionar. Inquieta, miró por la ventanilla tratando de buscar algún indicio que le permitiera estimar cuánto faltaba. No encontró nada; solo algún animal muerto y una ruta desértica sin señalizaciones de ningún tipo. Mientras el traqueteo generado por el ripio de la ruta movilizaba el líquido que retenía, la compañera del asiento de atrás le ofreció otro mate.
-No gracias, sino me voy a pillar encima, le agradeció, riéndose.
Más allá de sus risas, Nelly sabía que estaba en problemas. Como en tantos órdenes de la vida, todo parecía manejable hasta que dejaba de serlo. Respiró hondo y exhaló un par de veces para ver si se relajaba.
A la distancia vislumbró un cartel destartalado. Hizo un esfuerzo para entenderlo pero entre el polvo levantado y los balazos que tenía la chapa, no se entendía nada.
-Kari porque no le preguntás al chofer cuanto tiempo falta para llegar, le dijo a su hija más chica que estaba sentada a su lado.
Como estaba aburrida, Karina recorrió el pasillo del micro contenta. Después de hablar con el chofer volvió hamacándose sobre los apoya brazos de todos los asientos. Antes de llegar a donde estaba su mamá se paró a charlar con la tía. La conversación parecía eterna y Nelly se impacientaba.
-¿Jugamos al truco?, le propuso su primo.
-Dale, contestó Karina ajena a lo que vivía su madre.
-Ah, esperá que tengo que ir a decirle algo a mamá.
-Faltan unas dos horitas, ma.
Nelly sintió que el mundo se venía abajo. No había ninguna chance de aguantar otras dos horas. Tomó el rosario que tenía en su cartera y empezó a rezar.
-Dios te salve María, llena eres de gracia…
Rezó el rosario en diez minutos, cinco menos de los que toma habitualmente. Miró su reloj. Suspiró y empezó a rezar otro. Sin darse cuenta lo hacía cada vez más rápido, a la par de la creciente presión que sentía en la vejiga. Cuando estaba por terminarlo una de sus amigas se acercó a conversar.
Nelly estaba enojadísima consigo misma. Se maldecía por no haber hecho pis y ahora también por ser incapaz de despachar a su amiga. Era mucho más importante seguir rezando el rosario que hablar estupideces con una compañera. El rezo podía ayudarla con una pinchadura de neumáticos o algún otro milagro. En cambio la charla no servía de nada. Para peor, su amiga hablaba sin parar, criticando a varias personas del tour.
-¿Viste las calzas que traía? No podés ponerte eso… ¡Y encima naranjas! No se enteró que su culo es más grande que un lavarropas.
-Y sí…, asintió Nelly sin moverse. Ajena a toda esa conversación, tenía miedo de que al reírse se le escaparan unas gotas de pis y ya no pudiera controlarse. Imaginó el placer de cuando finalmente pudiera ir al baño.
-Bueno me voy para adelante, se despidió su amiga.
Mientras Nelly seguía aguantando como podía su hija volvió y se sentó al lado.
-¿Me dejás sentarme en la ventanilla, ma?
-Calláte y escuchame, ordenó su madre.
Karina comprendió al instante que algo no andaba bien.
-Pedile el diario a tu padre.
Fue a buscar el diario y se lo entregó.
-¿Qué querés leer ma?
-Nada.
Y acercándose al oído, le dijo:
-Hace más de una hora que me estoy aguantando y no puedo más. Me voy a hacer pis encima. Para eso te pedí los diarios.
Su hija la miró sorprendida.
-Pero ma, le decimos al chofer que pare dos minutos y hacés en cualquier lado.
-¡No! Imaginate la vergüenza de que todos los pasajeros del tour estén esperando a tu madre mientras pilla. Y ni hablar si alguno me ve; ¿cómo vuelvo a subir al micro? ¿Cómo sigo de excursión la semana que falta?
-¿Y quién te va a ver si te vas a doscientos metros?
-¡Ni loca!
Nelly se despegó unos centímetros del asiento, puso todos los diarios debajo de su cola y se sentó nuevamente.
-Quedate quieta, no te muevas ni llames la atención, le ordenó a su hija.
Mucho más avergonzada que su madre, Karina se quedó inmóvil, apretándose fuerte las manos. Se sentía cómplice de un delito. Después de un minuto, Nelly le dijo con un tono completamente diferente:
-Ya está. Fijate si en el estante de arriba encontrás una bolsa con frutas. Bajámela rápido antes de que el pis pueda traspasar los diarios y chorrear al piso.
Como un robot sin emociones, Karina hizo lo que le ordenaron. Agarró la bolsa de nylon con naranjas y se la entregó a su madre sin siquiera mirarla a los ojos. Nelly sacó las frutas y las puso en el elástico del asiento de enfrente. Después se levantó unos centímetros y tomó los diarios por las puntas.
Sin quererlo, Karina se encontró mirando el periódico como hipnotizada; su morbo necesitaba comprobar que era cierto.
Vio cómo su madre puso todos los diarios adentro de la bolsa de nylon y los apretó para achicar su tamaño. Cuando observó que el líquido amarillento se juntaba en la base sintió asco y giró su cabeza para otro lado.
Después de que Nelly se asegurara de que nadie miraba, abrió la ventanilla con rapidez y tiró la bolsa para afuera.
-Gracias por acompañarme, hijita.
Bajar del bus no fue un problema; era de noche y Nelly se puso una campera larga que le cubrió toda la mancha del pantalón. Para ella el episodio terminó ahí. A su hija en cambio, le tomó años comprender lo lejos que son capaces de llegar las personas para no quedar expuestas.
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Antes muerto que vulnerable.
Más que sermonear a tus hijos, recordá que te están mirando.
Juan Tonelli es escritor y speaker https://linktr.ee/juan.tonelli