Fue compañero de Insua en San Lorenzo, jugó en la Selección Sub 20 y combatió en las Malvinas: “Al volver pasé un mes durmiendo abajo de la cama”
“Cuando volví de Malvinas, estuve durmiendo un mes debajo de mi cama, porque ahí no podía hacerlo, ya que era muy blandita para mí. En las Islas, me acostumbré a estar en los pozos y dormir en las curvas marineras, sobre chapas acanaladas de los techos que sacábamos de las casas para evitar el frio”, describe crudamente el ex combatiente Héctor Cuceli. Él integra el grupo de ex jugadores que en 1982 guardaron los botines para formar parte de los 24 mil soldados argentinos que participaron del conflicto bélico con Inglaterra.
A los 19 años, Cuceli era el wing de la Tercera de San Lorenzo. Compartía la delantera con Walter Perazzo y detrás jugaba Ruben Darío Insua, hoy tecnico del equipo azulgrana. Al hombre en cuestión le faltaba muy poco para ser convocado por Juan Carlos Lorenzo para la Primera, lo que le hubiera permitido firmar su primer contrato profesional y cumplir el sueño que anhelaba desde muy chico: debutar en el club de sus amores.
Además de su paso por Boedo, el delantero estuvo preseleccionado para el Mundial Sub 20 de Australia 81. Durante los preparativos para dicho torneo, enfrentó en un amistoso a un tal Diego Armando Maradona, pero una lesión lo dejó afuera de la lista definitiva. Cuando se recuperó, estaba destinado a ser futbolista profesional, pero la Guerra de Malvinas le quitó el sueño y le cortó la carrera. “Me sacaron la pelota para darme un fusil”, ilustra.
El 8 de abril, el soldado Cuceli clase 1962, vestido con un uniforme verde militar, casco y borceguíes y un fusil en la mano, arribó a Puerto Argentino en avión junto a un pelotón de 50 hombres que lo acompañaba como integrantes de la Compañía A Tacuarí del Regimiento 3 de La Tablada. Fueron 74 días en el infierno, viviendo en un pozo, muerto de hambre y de frío. “Teníamos armamento muy pedorro, nada que ver con el de los ingleses. Nosotros teníamos un fusil infrarrojo cada 400 soldados, ellos portaban uno cada uno”, cuenta el ex combatiente.
La noche del 14 de junio, Cuceli ya no soñaba con jugar en la Primera azulgrana. Lo único que quería era que se acabaran los bombardeos y volver a su casa para estar con su familia. Cuando regresó de Malvinas, ya no era el mismo. Estuvo un tiempo parado antes de volver a entrenar a San Lorenzo, que le prometió hacerle un contrato pero no cumplió. No obstante, decidió ir a jugar a Rosario Central, donde llegó a Reserva. Pero su físico había cambiado y su cabeza también. “Pasé por cosas feas. No te lo voy a negar. Fui muy, pero muy adicto a las drogas, hasta que hace 25 años un día dije basta e intenté salir adelante”, revela en un mano a mano con Infobae el hombre de 62 años que dejó el fútbol para dedicarse a su taller mecánico.
– ¿Qué es de tu vida, Héctor?
– Estoy jubilado. Me dedico a mi casa y a mis hijos, que es lo mejor que tengo. Trabajé mucho tiempo en un taller mecánico hasta que me jubilé. Tuve un lubricentro en el barrio porteño de Pompeya.
– ¿Cómo fueron tus inicios en el fútbol?
– Jugué en el baby fútbol en el Club Varela hasta los 9 años, cuando me sume a las Divisiones Inferiores de San Lorenzo de Almagro, porque toda mi familia es fanática de este club. Estuve en Tercera, jugué en Reserva hasta 1982, que me llevaron a las Islas Malvinas. Tuve el gusto de jugar los primeros partidos del Ciclón en el Nacional B, ya que había descendido un año antes. Así que previo a viajar a Malvinas, me di el gusto de jugar en San Lorenzo. Entrenaba con Primera pero no tenía edad para que me hicieran el contrato profesional.
– ¿Con quiénes compartiste plantel de Primera División?
– Con Walter Perazzo, Leonardo Carol Madelón y Rubén Darío Insúa porque somos de la misma camada. En las Inferiores, yo era el 7 y Perazzo el 9, una dupla fantástica. Ruben jugaba de 10. Además, estuve preseleccionado para el Mundial Sub 20 de Australia, entramando con la selección juvenil también. Algo de condiciones tenía.
– ¿Es cierto que enfrentaste a Diego Maradona en un partido de Selección?
– Sí. En 1983, jugué un partido cuando la Selección sub 20 se entrenaba en la Fundación Salvatore. Fue en la previa al Mundial de Australia, antes de sufrir una lesión en la rodilla. Previo a viajar a Australia enfrentamos a los que ganaron el Mundial Juvenil 79. Estaban Diego y Ramon Díaz, entre otros.
– Se dio previo a que te convocaran para ir a las islas. ¿Cómo fue ese día que te llamaron?
-Comencé la colimba en marzo de 1981 y me dieron de baja en noviembre de ese año. Porque, por intermedio de San Lorenzo, tenía permiso para ir a entrenar. Cuando volví del cuartel, me dieron un mes más para recuperarme. Luego, empecé a entrenarme en Ciudad Deportiva. Ese día, San Lorenzo jugó en cancha de Huracán con Morón y empató 1 a 1. Me llegó la citación el día anterior. Algo se comentaba, pero yo no le di importancia porque no tenía instrucción de tiro, nada, no pensaba que me iban a reincorporar. Yo era un civil que me encontraba en los cuarteles del Regimiento de la Tablada. Esa noche, estaba en un boliche en Flores y me empecé a sentir mal, así que me fui para casa. Llegué a las tres de la mañana y a las seis tocaron timbre con la carta de que tenía que presentarme a las ocho. Así que el 8 de abril ya estaba allá.
– ¿Cómo te cayó la convocatoria?
– Se me derrumbó todo. Cuando llegué al cuartel, estuvimos tres días para armar lo que íbamos a llevar. Nos subieron a los aviones rumbo a Malvinas; estábamos todos apretados. Llegamos, y era todo campo. Había que acostumbrarse y dijimos “va a pasar rápido”. Estuvimos casi 50 días sin tener combate. No pasaba nada y era lo peor porque me hacía la cabeza. Yo quería que se terminara cuanto antes para volver a mi casa. Hasta que, días antes del 14 de junio, entramos en combate y fue lo peor que nos pasó. El último día fue la redención; la pasamos mal. Eran combates casi de seis horas cuerpo a cuerpo en el Regimiento 3, que fue la compañía que más aguantó los embates ingleses.
Jamás se nos pasó por la cabeza el hecho de estar en luchando en una guerra, a una distancia de 30 metros de los ingleses a tiro limpio, aparte de los bombardeos continuos. No sabíamos si íbamos a volver o no, ni qué iba a pasar a futuro.
– ¿Como fue convivir con los bombardeos?
– Es lo más feo que hay. En Malvinas se amanece a las 9 AM y a las 17 es de noche. Los ingleses atacaban con barcos, y desde unos 30 kilómetros nos bombardeaban. De noche empezaban los bombardeos y escuchábamos caer bombas sin saber dónde iban a caer. Por suerte, caían lejos, y cerca de los radares y las armas más poderosas. No podíamos hacer nada porque nuestros cañones alcanzaban apenas unos 15 kilómetros; no nos alcazaban para luchar.
Teníamos armamento muy pedorro, nada que ver con el de los ingleses. Nosotros teníamos un fusil infrarrojo cada 400 soldados, ellos portaban uno cada uno. Además, contaban con ropa para la ocasión, mientras que nosotros ni ropa teníamos.
Resulta que si un soldado estaba herido o le pasaba algo grave, te trasladaban al continente y te sacaban de Malvinas. Entonces, había muchos chicos que se pegaban tiros entre las piernas para quedar heridos y ser trasladados. Un día dije “jamás me voy a pegar un tiro porque si me sale mal, no voy a poder jugar más al fútbol”. Pero sí decidí tirarme desde montaña para hacerme daño en la cabeza o romperme un brazo o quebrarme para que la Cruz Roja me sacara de ahí. Probé, me tiré, pero reboté como el mejor y no me hice nada. Ahí mismo pensé que no era el momento de morir y me prometí que de una forma u otra que iba a volver sano a Buenos Aires. Dicho y hecho. Tengo algunas marcas, pero aquí estoy. Estar ahí te come la cabeza y terminás haciendo esas cosas.
– Cuándo no combatían, ¿que hacían? ¿Cómo manejaban los pensamientos?
– Nada. Nos quedábamos en las fosas que fueron hechas para refugiarnos. Hablábamos entre nosotros para pasar el día lo mejor posible; no tenés nada para hacer. Los soldados no podíamos ingresar a los negocios a comprar, lo teníamos prohibido. No nos dejaban salir. Pero teníamos a un periodista que iba a comprar por nosotros y nos traía chocolates y esas cosas.
– ¿Qué información les llegaba de lo que estaba sucediendo?
– Mucha información no teníamos. Sólo nos decían que los ingleses estaban en x lugar y que se estaban acercando. Nosotros esperábamos, pero te come la cabeza. No teníamos contención; entre nosotros nos ayudábamos. Aparte, recibíamos cartas de familiares y amigos que nos daban fuerzas a seguir adelante.
– ¿Qué secuelas te quedaron?
– Muchas. Me hace muy mal escuchar la sirena de los bomberos. Cuando volví de Malvinas, en casa estuve durmiendo un mes debajo de mi cama, porque ahí no podía hacerlo, ya que era muy blandita para mí. En Malvinas, me acostumbré a estar en los pozos y dormir en las curvas marineras. Algunos tuvimos que dormir sobre esas chapas acanaladas de los techos que sacábamos de las casas para evitar el frio. En cuanto a las sirenas, sufro porque allá se escuchaban cuando venían los ataques de los aviones ingleses. Cuando eso pasaba, se prendían las sirenas y había que esconderse y tratar de zafar. Después 42 años, sigo escuchando las alarmas de los bomberos y me hace muy mal, me enferma la cabeza.
– ¿Tenes algún tipo de ayuda?
– Estuve con psicólogos. La última vez que me hice un estudio médico hace tres años, me vio un psiquiatra para ver qué cantidad de lesiones internas sufrí y me dieron una cantidad exagerada de incapacidad y se dieron cuenta de que no había quedado bien.
– ¿Qué recordás de tu vuelta a casa?
– El 14 de junio fue la redención. Tuvimos que entregarle el armamento a los ingleses que nos trataron bien. Nunca tuve ningún problema. Dos días antes de volver, estuvimos en unos galpones llenos de comida. Durante la guerra, pasamos mucha hambre. Entonces, cuando llegamos comimos de todo: quesos, dulces, y la mayoría de los soldados se empacharon. Vinimos como prisioneros en el buque Canberra, donde nos trataron super bien. Vivíamos en camarotes, con baños y cuchetas. Había seis camarotes, pero los que dormían en el piso lo hacían mejor porque era todo alfombrado y blandito. Cuando llegamos a Buenos Aires, nos recibió el pueblo argentino como si fuéramos héroes. Pero los héroes habían quedado en las islas sin poder volver.
Estoy orgulloso de haber defendido a la patria, y si tengo que volver hacerlo, lo haría. Sé que se hicieron las cosas muy mal. Pero también sé que si las tres fuerzas hubieran estado de acuerdo, Aeronáutica, Marina y Ejercito, hubiéramos ganado. El estar peleados generó que los ingleses pudieran desembarcar, pero no tengo odio contra nadie. Pero había que estar preparados y no lo estábamos.
– ¿Te costó la vuelta a Buenos Aires?
– Sí, me costó mucho. Para colmo volví a entrenar luego de un mes de haber llegado. San Lorenzo me había prometido un contrato y no cumplió. No cumplieron con la promesa que me habían hecho. Pero regresé a entrenar para ir a jugar a otro club y seguir con lo que más me gustaba, que era el fútbol. Igualmente, no era lo mismo y les pasó también a muchos ex combatientes que se suicidaron después de la guerra. Yo tuve contención de mi familia, de mis amigos, y de la noche, que me gustaba mucho (risas). Yo estuve en la misma compañía que Omar De Felipe y Héctor Rebasti, ex jugador de San Lorenzo, la clase 62.
Lo más lindo que hay es la vida y siempre hay que pelear por salir adelante. Pasé por cosas feas. No te lo voy a negar. Fui muy, pero muy adicto a las drogas, hasta que hace 25 años un día dije basta e intenté salí adelante para olvidarme de todo lo que pasé durante la guerra
– Otra lucha que llevaste adelante y ganaste…
– Me pegó por el lado de la guerra y para olvidar el pasado. Muchos se dedicaron al alcohol pero yo fui adicto a las drogas. Viví mucho tiempo drogado, inconsciente, de pasar días sin dormir. Hoy, veo cosas por las calles para poder disfrutar y digo “la puta madre, cuánto tiempo metido en las drogas. Y como puede ser que estos pibitos estén pasando por esta situación”. Por suerte, yo la pasé y hoy la puedo contar. Lo más importante es que mis hijos estuvieron conmigo y que me encuentro bien. Me dejó marcado lo que pasó en Malvinas, pero nada me va a derrumbar en la vida. El cigarrillo es el único vicio que no pude dejar.