Miguel Angel Russo es una bendición para el fútbol y Dios lo sabe…
Sí, claro, como a todos, los años nos van cambiando la fisonomía. En su caso le advierto los pómulos más salientes, el cuello más afinado y levemente claudicante el andar. Además le llegaron “viejas facturas” de unas rodillas quejosas que bancaron 420 partidos profesionales como exclusivo jugador de Estudiantes. Ah… y 30 años de entrenador sin treguas. Pero la actitud no se ha modificado: la mirada altiva, el transitar incesante con las manos atrás o señaladoras en paralelo a la raya, la observación disimulada al banco adversario, listo para los reclamos -sin exagerar- al juez principal, diatribas incesantes al cuarto árbitro con la voz entera, pero en el tono más bajo posible. Siempre, siempre el saludo cordial con el entrenador rival y ni hablar de jugadores a quienes pudo haber dirigido: el abrazo afectuoso y esa sonrisa de dientes con perfección del blanco teclado.
Emociona ver a Miguelito. Los periodistas de mayor edad lo recordamos de aquel Estudiantes campeón del ´82. De cuando era dirigido por Bilardo y los volantes eran Alejandro Sabella, Marcelo Trobbiani, el Bocha Ponce o el Cabezón Lemme quienes aportaban freno, gambeta, cambios de frente o paredes sabiendo que Miguelito los corría a todos. Y se los entregaba heridos a los de atrás: el Tata Brown, Manzanita Gette, Julián Camino, Abel Herrera y a veces al Flaco Landucci. Todo parecía más fácil para el arquero Juan Carlos Delménico. Por entonces no había GPS pero cuánto debía correr Russo por partido: ¿15 ó 16 kilómetros? Por lo menos… Y acaso por ello los delanteros Hugo Gottardi y Guillermo Trama arrancaban cuando él capturaba la pelota pues sabían que tendría terminal en alguno de aquellos talentosos volantes para el pase filtrado o un sorprendente cambio de frente que los dejara mano a mano con algún defensor.
Russo es una bendición para el fútbol. Pertenece a una raza en extinción que es la de sostener comportamientos y códigos éticos que ya no quedan. Y su trayectoria demuestra todo aquello que Miguelito o Miguelo le dan al fútbol. Podría contar muchos ejemplos; sólo mencionaré unos pocos que mi memoria jamás olvida. El primero de ellos fue el día que Bilardo lo dejó afuera de la lista para el Mundial ´86 y obviamente fuimos en procura de una declaración. La punción emotiva siempre facilita una descarga. No sólo no la obtuvimos sino que han pasado 38 años y seguimos sin poder adjetivar su frustración o su bronca. Tal vez aquella experiencia lo inspiró para reiterar su clásica frase tan aplicable a todos los dilemas futbolísticos: “Y…son decisiones, ¿no? “. Aquella había sido la de Bilardo y desde entonces supo y sostuvo que un líder no siempre debe explicar lo que hace; antes bien debería hacer lo que no requiere explicación…Y lo maravilloso de su grandeza es que hace unos días, cuando cumplió 68 años y por la noche Central –su amado Central- jugaba en Brasil frente a Atlético Mineiro – 1-2 tras perjudiciales errores arbitrales- Miguelo contó con distensión que Bilardo se lo comunicó por teléfono el mismo día que inauguraba su primera casa propia. Carlos había sido invitado a la fiesta y no llegaba. De repente, teléfono. Del otro lado el rezagado Bilardo: “Russo – le dijo el Narigón- te aviso que no te voy a llevar al Mundial” y cortó. Por cierto, jamás llegó a la fiesta.
Otro de los episodios que recuerdo ocurrió cuando Lanús a quien Russo dirigió en su ascenso a la Primera División en 1990 luchaba por mantener la categoría en 1991. Pero le resultaba muy difícil. Estábamos en la cancha de Ferro y el rival era San Lorenzo, el club de mis amores. Faltaban un par de fechas. Había trascendido, no sin fundamentos, que algunos hinchas de Lanús habían “visitado” a Leo Rodríguez, ese crack surgido en Lanús que la rompía en Boedo. Aquellos muchachos le pedían a Leo un imposible, que el Cuervo se dejara ganar para que Lanús se salvara. El partido lo ganó San Lorenzo 1-0 y al final los jugadores del Granate, generaron un esperado tumulto alrededor de los de San Lorenzo y el árbitro Abel Gnecco – símbolo de honestidad- contra quienes destinaban la comprensible angustia. Pero en medio de aquel caos vi a un hombre desesperado por preservar, tranquilizar, separar y calmar a sus jugadores. Sí, Miguel Russo quien volvería a depositar a Lanús, por segunda vez al año siguiente en la categoría a la que pertenece, la Primera. En aquel fútbol tan agresivo y desesperante no era muy común ver a un técnico llevar a cabo su liderazgo sin sumarse a la violencia.
Dos días antes de morir Julio Grondona supo que la decisión de Sabella de renunciar a la selección subcampeona del mundo en Brasil 2014 era inmodificable, Los emisarios de su mayor confianza no pudieron persuadir a Alejandro para que continuase. O sea que había que pensar en un nuevo conductor para el seleccionado argentino. Fue entonces cuando el presidente de la AFA volvió a interesarse por el presente de Miguel Angel Russo quien estaba dirigiendo por cuarta vez a Rosario Central tras lograr el ascenso. No era un pensamiento inaugural en Don Julio. Valoraba y quería mucho a Russo. Pudo haber sido técnico de la Selección después del Coco -2008 para Sudáfrica 2010- pero Miguelo dirigía a San Lorenzo que podía ser campeón y además el aluvión Diego no le dejó opciones. Siempre que lo escuché hablar a Don Julio sobre Russo me pareció que Grondona se sentía en deuda con Russo. Y lo asocié con la lista para el Mundial 86, de la que salieron Sabella y Russo para que ingresaran el Negrito Enrique y el Chino Tapia –River y Boca- como solía pedirle Don Julio a Bilardo: “No podés ir a un Mundial sin jugadores de River y de Boca…”. A la sazón Sabella –cuánto lo extrañamos- en un gran momento de su carrera condujo brillantemente a la Selección. ¿Faltaba Russo para que Don Julio se “absolviera” de viejas culpas? No pudo ser pues Grondona murió el 30 de julio de 2014 antes de la designación del nuevo técnico que sería el Tata Martino.
En el fútbol la suerte nunca cumple un año y Miguel hace 30 que dignifica a su profesión. En esas tres décadas no deambuló por 30 clubes diferentes. Por el contrario siempre dejó las puertas abiertas de los lugares donde estuvo: dos veces en Estudiantes, dos en Boca, dos en Vélez y cinco en Rosario Central. Además de Colón, Racing, San Lorenzo… Ganó ascensos (los dos primeros con Lanús en el 90′ y 92′ y el tercero en el Estudiantes del 94′/95 con el inolvidable Eduardo Lujan Manera) , también logró campeonatos entre clubes del exterior, Libertadores (con Boca en 2007) y 10 de Ligas con diferentes clubes. Y prestigió al fútbol argentino trabajando en Chile (Universidad), España (Salamanca), México ( Monarcas), Colombia (Millonarios), Perú ( Alianza Lima), Paraguay (Cerro Porteño) y hasta en Arabia Saudita (Al Nassr). El éxito y la vigencia no se explican, se ejercen. Y a esa sabiduría hay que agregarle el comportamiento ético. Miguel sabe qué decir en cada oportunidad. Más que ello, supo callar en los momentos más crispados. ¿O no sabía que lo estaban “acostando” en aquel triangular final del 2008 contra Tigre y Boca?. Por cierto que sabía que nunca el ganador de un primer partido de un triangular vuelve a jugar con el que quedó libre, en ese caso Boca. Prefirió quejarse discretamente donde debía – en la AFA y en el CASLA- y luego se fue en silencio pero lleno de reconocimiento. Esa sabiduría de saber cuándo y dónde hablar coincide con la ética: adviértase que no hay en su inigualable trayectoria – más de 1100 partidos- un “clásico” rival de los clubes que dirigió. Obviemos a Gimnasia por razones “genéticas”. Hay Boca y no River; hay Los Andes y no Talleres de Remedios de Escalada, hay San Lorenzo y no Huracán, hay Racing y no Independiente, hay Lanús y no Banfield, hay Colón y no Unión… Y por cierto, difícilmente alguna vez haya Newells. pues Central es su hogar.
Este hombre sabio ahora lucha contra la agresividad de la quimioterapia por un cáncer de próstata. Hace unos años y en Colombia ya le ganó a esta enfermedad –en la vejiga- tras una exitosa intervención y su consecuente tratamiento . Y hoy como ayer lo asume con el coraje con el cual manejó su vida. Su reiterada invocación es valorizar el privilegio de vivir y ocuparse de aquello que se realiza con vocación y pasión. En su caso el fútbol. Benditos sean los dirigentes que nos permiten disfrutar de la experiencia de los Maestro Tabares, de los Julio César Falcioni o de los Miguelitos Russo quienes desde una silla de ruedas o con una sonda bajo la ropa o cubriéndose la cabeza con una boina por los efectos de la quimio pueden –y deberían siempre- ofrecernos sus conmovedores ejemplos de luchar por vivir.
Hace poquito más de un mes Central le ganó a Instituto 1 a 0. Después de ello y cuando los actores abandonaban el campo de juego, Miguelito esperó a un jugador de Instituto en el ingreso a los vestuarios. Caminó junto a él y cuando el jugador se iba a su camarín Russo le pidió la camiseta. El chico es Nacho Russo, uno de sus hijos. Miguel la tomó y se la llevó como el más preciado de los recuerdos a atesorar en todos los tiempos futuros, los tiempos por los que habrá que seguir luchando.
Grande Miguel, sos una bendición para el futbol y Dios sabe por qué…
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