Entrevista a Cristian Fabbiani: “Como jugador cometí muchos errores y me sentía Superman, pero como técnico soy un ejemplo”
Cristian Fabbiani se retiró del fútbol sin desearlo del todo. La decisión fue por lesiones que terminaron de coartarle posibilidades creativas y formas de entrenamiento. En esos años finales, hizo el curso de técnico con la mente puesta en ser entrenador y seguir vinculado al mundo de la pelota. Mientras esperaba la chance para dirigir, estuvo en televisión al lado de Sebastián Pollo Vignolo y se adentró en el universo del panelismo. “Siempre me gustó, pero no es fácil. Era ser periodista o técnico. No podés ser las dos cosas”.
Su primera experiencia al frente de un cuerpo técnico fue en Fénix, luego tuvo un primer paso por Deportivo Riestra, siguió en Deportivo Merlo, al que logró salvar del descenso, y regresó a Los Malevos de Pompeya, para continuar con el objetivo de mantenerlo en Primera División.
“Cuando me retiré no fui un jugador feliz. Fue cuando se volvió de la pandemia. Me cuidé mucho en ese momento para poder jugar, no me quería retirar, pero llegué a Merlo y había un profe que me había prometido algo, estaba adaptado para eso y después vi que el tipo me quería entrenar de otra manera y dije que no para no lastimarme más. No quería ser un técnico rengo y no poder mostrar ejercicios”, dice, atento a las diferentes intervenciones quirúrgicas por las que tuvo que pasar; incluso, en 2015 debieron extirparle un tumor de la rodilla derecha. “Al cáncer hay que atacarlo con la mente. Yo no hice rayos, quimio ni nada. Sólo me operaron. Si uno está bien con la mente y no se deprime, puede”, dijo en 2020.
Conocido como el Ogro -por festejar goles con la careta de Shrek-, creció en las calles de Ciudad Evita, mantiene los mismos amigos de la adolescencia y es fanático del básquet, deporte que también jugó mientras hacía fútbol. “Usaba la 23 por Jordan”, explica. “Jugué al básquet en el club de Aldo Bonzi. El tema es que cuando era chiquito hacía mucha diferencia en el baby y no pagaba cuota, nada. En cambio, en básquet tenía que pagar todo y mi mamá me dijo: no te voy a comprar un par de zapatillas de básquet, que son carísimas, cuando acá podés jugar descalzo. Pero era bueno jugando al básquet”, cuenta, mientras se sonríe.
En sus tiempos de jugador (Lanús, Palestino de Chile, Newell´s, River, All Boys y Merlo, entre otros) sedujo con recursos de baby fútbol y potrero. Y con su forma de poner el cuerpo para tener la pelota. De estilo barrial y atrevido, anduvo por la misma ruta de los cracks, pero no pudo mantenerse. Intérprete de caños, tacos, chilenas, rabonas y polémicas, de corazón matancero y dueño de un fuego sagrado. Dentro de la cancha fue un ejemplar único, amado y odiado a la vez.
“Siento que soy muy normal. No me siento parecido a los jugadores de fútbol. Cuando jugaba en River, ayudaba a mi amigo en los repartos de su almacén. Nunca me identificó el Ogro Fabbiani. Siempre fui el Peter de Ciudad Evita o el Cristian. Nunca utilicé mi apellido o mi fama para abusar de algo que no me correspondía – dice el Ogro – Fue fundamental cómo me abrazó el barrio. Estaba rodeado para no equivocarme. Tenía el orden de mi casa, pero fue fundamental con la gente me rodeé para no perder el eje”.
Y agrega: “Me tenían cortito. Yo tenía 9/10 y ellos tenían 20, pero como era grandote no parecía de la edad que tenía. Eso me ayudó mucho. Cuando ellos se tomaban una cerveza, a mí traían un agua o una gaseosa. Crecer de esa manera me formó con la coraza que tengo hoy”.
-¿Cómo analizás el cambio del fútbol?
-Para mejor. Me tuve que adaptar. En la época que jugábamos nosotros no había nutricionista. Cambió mucho. Los talles de las camisetas de hoy son S o M, nosotros jugábamos XL. Hoy te tenés cuidar ciento por ciento: dormir siesta, descansar. Yo no hacía nada de eso. Iba a la casa de uno, de otro, andaba en auto todo el día. Me sentía Superman. Nunca estaba cansado. Ahora el jugador es como más débil en ese sentido. Si no te cuidás, no podés jugar. La alimentación es todo. Por los desgarros, por cómo se trabaja. Y eso que en la época nuestra se entrenaba más que ahora. La inclusión de cierta tecnología a la hora de entrenar es otro avance que antes tampoco estaba. Las herramientas hay que saberlas usar porque esas cosas no juegan al fútbol, sirven si las sabes utilizar. Es algo válido, pero lo más importante sigue siendo el jugador. Y sin pensar no se puede hacer nada en la vida. El fútbol va mutando. Hace un montón que no se puede jugar con un enganche. Ahora se juega con doble 5, pero como cambia todo, va a volver el enganche. En el fútbol está todo inventado. No hay más nada. El fútbol es muy simple.
-Algunos dicen que un Juan Román Riquelme no podría jugar en este fútbol…
-Valdría mil millones en este fútbol. Cualquiera que tenga un Riquelme hace la diferencia. Juanfer (Quintero), Botta o Hernán López Muñoz son tres jugadores que todos los equipos buscan. Son los que te hacen ganar los partidos. Son los pensantes y sin eso no podés construir nada.
-Antes de retirarte, hiciste el curso de técnico, ¿en qué momento viste que el rol de entrenador era una posibilidad para vos?
-Siempre me gustó el fútbol y aprender de táctica. Antes de retirarme, hacía tres que era técnico. Adopté mi estilo de entrenador en un equipo de barrio al que iba a jugar que se llama Zafados. Un día atajaba, otro día jugaba de 4, otro de 6, otro de 2, o de 5, volante o delantero. Eso era para aprender los movimientos y empezar a anotar lo que veía. Me formé ocupando los puestos para ver que veía desde ahí.
-Venías de dirigir en el Ascenso, pero ahora el desafío es con Riestra en Primera. ¿Cómo te adaptaste al cambio?
-Me siento cómodo porque es una categoría que conozco y en la que jugué mucho. Le dimos una forma al equipo. Va de menor a mayor. Es un club muy humilde, pero esto es un palacio (dice en referencia al Speed Camp, lugar donde se entrena Riestra). Tenemos que seguir trabajando y creciendo. Hay que saber mantener los buenos momentos y los malos. Es fundamental saber que podés ganar y que después el fútbol te baja de primero a último. Los jugadores son muy inteligentes. Este es uno de los planteles más inteligentes que tuve. Entiende todo.
-Si los resultados no se dan, en el primero que recaen las responsabilidades es en el técnico, ¿te genera presión?
-No todos los clubes son iguales. Siempre pongo de ejemplo a Argentinos Juniors. Uno de los mejores presidentes que hay en el fútbol es Malaspina, por su manera de trabajar y su paciencia. Nunca se equivoca con los técnicos que elige, siempre le va bien y apuesta a proyectos. Yo también estoy en un club que tiene muchos proyectos, entonces se puede trabajar tranquilo. Obvio que vas a perder o ganar, pero sin un proyecto es muy difícil.
-¿Cuál es tu proyecto?
-Cuando empecé a ser técnico y tenía reuniones importantes con los presidentes, me preguntaban qué proyecto tenía y ahí respondía que el proyecto debía ser del club. Si me echan a los cuatros partidos, tienen que escuchar otro proyecto y eso vuelve loco al jugador. Mejor es que te bajen objetivos: pelear el campeonato, jugar con Inferiores, mostrar un ocho, y ver si ese técnico se puede adaptar al proyecto.
-Tu primera experiencia como entrenador fue en Fénix, ¿por qué ese club?
-Primero porque no me quería equivocar. Sabía que tenía toda la teoría y no quería empezar alto para saber si mi pensamiento funcionaba. El fútbol es muy simple. Tengo una gran virtud en el ida y vuelta con el jugador, como si yo todavía lo fuera. No lo trato igual. El primer semestre salimos últimos. jugábamos bien, pero no teníamos delanteros y salimos últimos. El gerente deportivo me preguntó qué quería hacer y le contesté “echar a los 30 jugadores”. Me dijeron que tenía un determinado presupuesto y con 25 mil pesos armé un equipo nuevo.
-¿Cómo hiciste?
-Empecé a buscar jugadores que habían jugado conmigo y terminamos terceros. Casi salimos campeones. Perdimos faltando dos fechas, pero desde ahí me di cuenta que no hace falta tener plata. Había una base de gente grande que controlaba el vestuario y casi no tenía que alzar la voz. De ese equipo, de los once titulares, fueron tres a Primera, pibes que no jugaron nunca en clubes importantes. Uno se fue a Colón, dos fueron a Chile y los otros al Nacional B. Eran chicos que estaban en un Argentino A o que jugaban en ligas no profesionales.
-¿Qué entrenadores te marcaron y por qué?
-Zubeldía, Gamboa, Pipo Gorosito, Indio Ortiz. Son todos entrenadores que me tuvieron y que son muy fuertes grupalmente. Pero me hablo con todos. Hablo con Bielsa, me escucha.
(Fabbiani pide un minuto para mostrar un mensaje que le mandó el entrenador de la selección de Uruguay, donde lo felicita por su primer triunfo con Riestra).
Son detalles que me atienda el teléfono gente muy importante del fútbol. Escucho todo, me gusta mucho el manejo del grupo, pero lo táctico es todo mío. Uso mi cabeza. No la comparto con nadie.
-¿En qué consiste esa bajada táctica?
-Le soy muy claro al jugador. Para mí tiene muy pocos movimientos por posición. Tienen que saber dónde encontrar el espacio para recibir la pelota, pero después es muy básico, no tiene muchos movimientos. Lo más difícil es encontrar sociedades. Conocerse y solamente mirarse para tomar decisiones. Trato de construir los equipos con sociedades. Nosotros tenemos a Milton (Céliz), (Leonardo) Landriel, (Gonzalo) Bravo, Guille Pereira. Están todos jugando a mil y ellos juegan a cien. No se puede jugar todo el tiempo a mil. Por eso creo que Messi es perfecto ahora. Antes iba a mil y jugaba bien. Todo lo que veía a esa velocidad, ahora que juega a 500, lo que ve es increíble.
-¿Cómo te definirías en tu rol de entrenador?
-Soy lo opuesto a lo que era como jugador. Como jugador era desordenado y como técnico soy ejemplo. Lo tengo que decir porque capaz se quedaron conmigo cuando era jugador, pero la edad es fundamental. Tengo una familia desde hace diez años y eso te cambia la vida. No lo pensaba cuando era chico. Todos los errores que cometí no los volvería a hacer. Si los hiciera, sería un pelotudo. Hoy tengo todo para triunfar: tengo una familia, estoy bien económicamente, tengo salud, estoy rodeado de gente que es más inteligente que yo. Valoro mucho lo que tengo. No me da todo lo mismo.