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El detrás de escena del feroz ataque de diez barras contra uno en la platea de Independiente: una venganza y la interna al rojo vivo

La imagen es elocuente. Transcurría el segundo tiempo, Independiente resistía con diez ante un River impotente y, de golpe, diez barras que nadie entendió de dónde aparecieron empezaron a golpear a los que muchos creyeron un hincha infiltrado que alentaba al Millonario. Pero la historia estaba lejos, lejísimo de ese acto que de cualquier manera hubiera significado una barbarie. En realidad, el grupo de violentos de Los Dueños de Avellaneda, la facción oficial de la barra brava del Rojo estaba atacando a Diego Laetta, a quien tildan de referente del grupo opositor que hace pata ancha en el sector Sur del Libertadores de América. Laetta estaba con su hermano, que trataba de contener el ataque mientras los hombres de seguridad privada de la institución actuaban con una pasividad insólita y, de no ser porque alguien ordenó frenar la golpiza, estaríamos hoy ante un resultado muy diferente a las lesiones que sufrió el agredido, que lamentablemente decidió no radicar ninguna denuncia. A más de 24 horas del hecho tampoco hay detenidos, dado que aún no pudieron individualizar a los atacantes a pesar de los videos explícitos del tema, y tampoco hay sanción para el club, cuya dirigencia tendrá que explicar cómo un grupo de barras sale de la popular e ingresa en otra área vedada e imposible de acceder salvo un pacto de complicidad expreso.

Claro que la emboscada que todos vieron tiene una cuestión detrás que se intenta mantener en las sombras. La barra oficial había decidido esta vez vengarse de lo que ellos suponen son agresiones por fuera de los códigos de los violentos que se vienen dando de un tiempo a esta parte. La primera de ellas fue la emboscada a los micros de Los Dueños de Avellaneda que se dio en la avenida Hipólito Yrigoyen y que causó pánico en la zona cuando los barras se bajaron de los vehículos y se dio un enfrentamiento a metros del hipermercado Carrefour. El objetivo era que se armara tal revuelo que a la dirigencia no le quedara otra que poner en el derecho de admisión a su barra preferida que tiene sede en el barrio de Barracas en la Capital Federal, pero esto último no sucedió. Entonces la siguiente instancia fue ir por más: así, un grupo de Los del Rojo de Verdad, tal como se bautiza el grupo que forman barras del barrio Pepsi de Florencio Varela, los del barrio 4 de junio que está detrás del estadio cerca del Shopping Avellaneda y siempre respondieron a César Loquillo Rodríguez, y unos 150 violentos de distintas zonas que siempre se referenciaron en Pablo Bebote Álvarez, planearon otros ataques. Los desafíos públicos desde la Sur Alta donde se ubican tampoco daban resultado. Entonces se enteraron de que uno de los miembros más conspicuos de Los Dueños de Avellaneda, el Ninja, hacía su cumpleaños en la parrilla El Tano, en Wilde, y allí fueron a tirar unos cuantos balazos desde afuera sembrando terror aquel viernes de hace dos semanas previo al clásico con Racing.

Se suponía que ese conflicto no se iba a llevar al estadio, pero en los últimos días, antes de recibir a River, sucedió otro hecho que marcó el quiebre definitivo. Juan Ignacio Leczniki, jefe de la oficial junto a Mario Nadalich, debía hacerse un estudio médico en una clínica de Adrogué. Fue acompañado de su mujer e hijo. Y mientras en el Congreso se debate si darle o no 100.000 millones de pesos a la SIDE, la barra parece tener mejores informantes. Tuvieron el dato y cuando salía de la clínica tras el chequeo, se aparecieron sus rivales y lo agredieron delante de su familia. Así, se organizó una reunión de urgencia de la barra oficial en el club Juventud Unida de Barracas. Allí se hizo un plan detallado de cómo actuar. Se iban a distribuir segundas líneas en todos los sectores del estadio (el límite de aforo nunca corre para los barras) y si divisaban a alguno de los rivales, debían dar la voz de alerta. Sobre todo si aparecían los hermanos Cañas, José del Sur, Lauty y Sato, los cinco que llevan la voz cantante en la disidente y que hasta atacaron a Pablo Bebote Álvarez diez días atrás en el cumpleaños de otro barra, Alejandro Terremoto Caiño, quien venía de cumplir una pena de cuatro años de prisión por una causa de tenencia de estupefacientes para comercialización. ¿El motivo del ataque? Según ellos “hacer explotar”, como dicen en la jerga a sus soldaditos para minar el poder de la barra oficial, pero después no dar la cara.

Como sea, el plan de distribución se ejecutó desde las 15 horas con mucha precisión. En cada lugar del estadio había barras de segunda línea sin ropa que pudiera identificarlos como miembros de ella para despistar. Y en un momento dado, lograron dar con Diego Laetta. Al que no sólo acusan de ser parte de la disidente, sino también de amenazar por redes sociales todo el tiempo a los integrantes de la oficial. Como si eso fuera un delito que merece semejante castigo. Pero en el universo barra, esas cosas no se discuten. Fue así que en el paravalanchas de la popular Norte apareció promediando el segundo tiempo el mensaje de texto sobre la ubicación exacta de Laetta y su hermano. Y hacia allí fue el grupo. Los policías que estaban en la sala de audio y video registraron cuando se producía el hueco en la tribuna y supieron que habría problemas. No tenían el dato de qué iba a ocurrir, pero sí que algo se estaba tramando. Lo insólito es que en un momento del recorrido, en un punto ciego, perdieron la imagen de los barras. Y el cuadro siguiente ya los mostró en la platea Ricardo Bochini, pegando a sus anchas.

Diego Laetta, según quienes estaban en la zona, hizo frente mientras su hermano trataba de sacarlo del lugar. La gente de Seguridad en vez de meterse entre el agredido y el grupo agresor, trataba de tomar de atrás a la víctima, lo que lo dejaba aún en un estado de mayor indefensión. Cuando pararon de pegarle, Laetta estaba con algunas heridas considerables. La Aprevide tomó cartas en el asunto, pero no pudieron convencerlo de hacer la denuncia. Lo que preanuncia tormentas peores: en el mundo barra, estas cosas no se arreglan en Tribunales, sino en la calle. Y ya sabemos todos cómo termina.

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