“Ma, pa, ¿vamos a casa?”: el tierno gesto de tres hermanos al elegir como familia a la pareja que los adoptó
Hace apenas dos meses, Martín Branchi supo que había formado la familia con la que siempre soñó. Para él, fue mucho más importante el día que los tres hermanos que adoptaron junto con su esposa, Hada Irastroza, les dijeron “vamos a casa”, que la primera vez que los llamaron “mamá y papá”. Se nota la emoción en su tonada correntina: “Habíamos salido a pasear por primera vez después que nos los entregaron en guarda. Estábamos en una especie de feria, había muchísima gente. Entonces, el varón le tomó la mano a Hada y nos dijo ‘Ma, pa, ¿vamos a casa?’. Me impactó. Que ellos sintieran esa familiaridad de decir volvamos al hogar, a dónde queremos estar. Fue muy lindo y lo voy a recordar por siempre”.
Su voz llega desde Zárate. Esta semana hizo los mismos 854 kilómetros desde Santa Ana, en Corrientes, para continuar con los trámites finales de la adopción de los tres hermanos (dos mujeres y un varón —el del medio— de 13, 8 y 6 años, que no serán nombrados porque legalmente no tienen la adopción plena) en el Juzgado de Familia de la localidad bonaerense. Ese hogar que hoy habitan los cinco está en un pueblo tranquilo, a 15 kilómetros de Corrientes capital. “Ahora ellos viven en una casa con un patio muy grande, con una variedad de árboles nativos donde hay monos, tucanes. Es muy silvestre. Un lugar con mucha paz. Y los chicos están felices”.
Viajó para avanzar en el proceso jurídico: cuando tengan la adopción plena, podrá ponerles su apellido. Por ahora tienen una guarda provisoria, que les extendieron. “Desde el juzgado de Zárate continúan con el monitoreo. Pero son los tiempos previstos por la justicia. Hay un período de vinculación, después de guarda —en el que estamos— en el que hay un seguimiento sobre los chicos. Vos pensás que te los llevás y son tuyos, y no. Continúan con videollamadas privadas con el juzgado, para manifestar cualquier cuestión, decir ‘no estoy bien’, o ‘no estoy feliz acá’”.
Martín —quien cuenta la historia de esta adopción a Infobae— tiene 47 años y es correntino. Conoció a su esposa, Hada, de 50, en 2008, cuando él trabajaba en la sección de personal de un hotel y ella estaba a cargo de la decoración del mismo. Ambos habían pasado los 30. “Cuando uno se conoce de grande, las decisiones son mucho más rápidas. Nosotros no teníamos matrimonios anteriores ni hijos. Así que nos casamos al año siguiente”, cuenta Martín, que es asesor en Recursos Humanos en el Poder Judicial de Corrientes, en empresas y en una universidad privada, donde da clases dos veces por semana. Hada, por su parte, se encarga de proyectos de gestión cultural en las provincias de Corrientes y Córdoba.
Desde el principio de su relación, Hada y Martín coincidieron en una ilusión: formar una familia “con tres hijos”. Pero no quedaban embarazados. Así que comenzaron con los tratamientos de fertilidad: “Fueron muchos años. Algunos funcionaban al principio… pero después no. Pasamos 14 años haciéndolos. Fue una locura, todos nos decían que sigamos intentando. Nadie nos dijo ‘desistan’. La medicina reproductiva está pensada para mantenerte siempre ilusionado con lo próximo: ¿fallaste? Listo, vamos a lo siguiente. ¿Falló? Probemos con otra cosa. Nos mirábamos y decíamos ‘Che, ¿podemos pasar el resto de la vida haciendo esto? Cumplimos 15 años de casados sin armar la familia soñada, pero con el deseo intacto. Éramos un padre y una madre sin hijos”, cuenta. Y añade que sólo en el último tratamiento gastaron el dinero equivalente a un automóvil cero kilómetro.
Mientras fracasaban los tratamientos, los Branchi pensaba que la adopción sería inviable por el tiempo que les demandaría. “Pero después de agotar muchas instancias, decidimos que era el mejor camino. Nos acercamos a los documentales que tiene Canal Encuentro en Youtube, enfocados a los niños grandes, algo que jamás hubiese pensado. Para mi, adopción era igual a bebé. Hasta que nos sentamos con un juez que nos dijo ‘no es real lo del bebé. Nosotros trabajamos con niños que están en hogares, institucionalizados, no es un market place donde dejan bebés’. Entendimos que hay niños grandes para adoptar, chicos que tienen pocas chances de salir de ahí porque nadie los quiere, nadie postula con ellos. Y cada cumpleaños están más lejos de vivir en familia. A mi me cambió mucho la mirada. Y si queríamos tres hijos, empezamos a pensar en hermanos en lugar de hacer una adopción por vez. Fuimos por estos niños, los que hay en convocatoria pública”.
Contra todo pronóstico, Martín y Hada consiguieron la guarda de los tres hermanos con rapidez. En febrero de 2024, cuenta, “nos metimos en la página de adopción donde están las convocatorias de todas las provincias (https://www.argentina.gob.ar/justicia/adopcion/buscamosfamilia). Buscamos tres hermanos y encontramos a estos chicos de Zárate. Además, coincidían con las edades de los primos que tienen en la familia”.
En marzo viajaron a Zárate y tuvieron la primera entrevista en el Juzgado de Familia 2 de esa localidad bonaerense, a cargo de la doctora Ana Coarasa. En abril fueron elegidos. En mayo conocieron a los chicos. Y en julio ya vivían con ellos. “Como te dije, fue rápido porque lo hicimos por convocatoria pública. El juzgado tiene 15 días para responderte si te considera o no. Vos tenés las riendas del proceso: te van a evaluar en dos o tres rondas, sin que aún conozcas a los chicos ni siquiera por fotos, y te dicen ‘sí o no’”, explica. “Vos te los vas imaginando. Pero hay incertidumbre cuando vas al primer encuentro. Cómo será, cómo se van a sentir…”, indica.
Finalmente, llegó el día tan esperado. “Estábamos parados en la esquina del hogar, aguardando para entrar a conocerlos. Nos pidieron que llevemos algo rico para el desayuno. Fuimos con unos sandwichitos. Nos miramos con Hada. Los dos éramos conscientes que nuestra vida estaba a punto de cambiar para siempre. Fue hermoso. No hubo necesidad de romper el hielo. Se rompió apenas atravesamos la puerta. Los tres vinieron a abrazarnos. Como si nos dijeran ‘los estábamos esperando’. Teníamos una hora para estar y nos quedamos cinco”.
Martín explica que la tarea del juzgado fue fundamental para que el encuentro fluyera. “Nos dijeron que no tuviéramos una carga grande de ansiedad, que no los abrazáramos, que esperemos que ellos se conecten con nosotros. En el encuentro había una psicóloga muy buena, Florencia Alonso, que amenizaba: ‘¿por qué no les cuentan a Martín y Hada su color favorito? ¿Qué comida les gusta?’. Fue una emoción enorme. Y después de los primeros 15 minutos, nos pusimos todos a dibujar. Compartimos las hojas. En media hora tuvimos cinco dibujos hechos por los cinco: una familia, un puente, una ruta, un paisaje. Cuando hicieron la casa se dibujaron con nosotros y anotaron: mamá, papá y sus nombres. Fue súper natural. Eso, a 40 minutos de conocernos. Hoy, esos dibujos están en sus habitaciones, clavados a unos corchos Los chicos tuvieron una buena onda tan grande que pasamos del desayuno al almuerzo. Después jugamos afuera a la pelota, escuchamos su música preferida en Spotify. Y al día siguiente volvimos y fuimos a pasear a un parque. Los evaluadores hicieron un gran trabajo para encontrar el match”.
Martín se entusiasma cuando habla de sus hijos. Dice que fueron familia al instante: “Por ejemplo, estábamos comiendo y yo le decía a la más chica que comiera, o que no tome más agua. Poniendo un orden de entrada. Fue hermoso haber encontrado esa familia”.
Durante cuatro semanas, los Branchi visitaron a los hermanos en el hogar de Zárate. Les permitieron quedarse con tres días con ellos en una estancia cercana, donde paraban. “Lo pasamos muy bien. Nos divertimos mucho. No era nuestra casa, pero era un lugar parecido. Porque Santa Ana es un pueblo rural, de calles de tierra”.
Allí, Martín vivió un momento que lo conmovió y lo hizo creer aún más que estaba en el camino correcto. “Coincidió que ese domingo era el Día del Padre. Yo no tenía ni idea si me iban a decir ‘feliz día papá’ porque apenas me conocían. No tenía expectativas. Pero cuando me levanté, encontré un regalo hecho por ellos: una remera para dormir, que dibujaron y decía ‘feliz noche, papá, te amo’. No lo podía creer…”.
El 2 de julio, los chicos partieron junto a sus padres hacia su nueva vida en familia: “Fue un día de mucha ansiedad. Por un lado querían conocer nuestra casa, y por otro dejaban un lugar que les daba seguridad. Abandonar todo eso y pasar a un ámbito incierto, fue tensionante, sobre todo para la más grande. Los dos más chicos mostraban más entusiasmo, por el viaje en avión, algo que nunca habían hecho, y lo que se les venía. Con decirte que entraron al avión y fueron corriendo a buscar lugares vacíos, como si fuera un colectivo. Conocieron el aire, las nubes, estaban felices. Pero la vivencia de una adolescente es distinta a la de un niño. La mayor me confesó ‘tengo miedo de todo’”. Y eso no era por la altura del vuelo, sino lo que iba a pasar después, en su casa de Corrientes, donde los esperaba toda la familia: abuelos, tíos y primos. “Fue muy lindo. Realmente, ellos nos cambiaron la vida”. De a poco, cuenta Martín, los hermanos se acomodaron a la rutina familiar.
Ni Martín ni Hada ahondaron en la historia previa de los tres hermanos. Saben que fueron judicializados en 2021 y enviados al hogar donde los conocieron. “Eso significa que alguno de sus derechos fueron vulnerados y el Estado consideró que no podían seguir con su familia de origen. Y su condición de adoptabilidad se da porque tampoco hay nadie en su familia que se pueda hacer cargo de ellos. No es la misma situación que un niño huérfano o una madre que decide darlo en adopción, lo que sería un caso fortuito, excepcional”, subraya. Tampoco los niños, dice Martín, hablan de su pasado: “No son temas que surjan, al menos por ahora. Tal vez algún comentario muy inocente al pasar, pero no desde el drama. Y no se nota lo que pudieron haber pasado. Van a los cumpleaños, están con amigos, son amorosos, cancheros y están ocupados en crecer”.
En los tres años de permanencia en el hogar de Abrigo Evita de Zárate, según el padre, fueron contenidos: “Hacen un trabajo de amor para felicitar. Te das cuenta del cuidado en la mirada de los chicos, la atención a los detalles, a las sutilezas. Para nada fueron cosificados. Antes de conocerlo pensábamos ‘tenemos que sacarlos de ahí urgente, pobrecitos’. Y no. Nosotros nos íbamos felices del hogar porque sabíamos que quedaban en excelentes manos. Es conmovedor como cuidan a los chicos ahí. Porque pasa eso: los conocés, te enamorás, te enganchás y después tenés que dejarlos en el hogar e irte”.
Durante el período que estuvieron institucionalizados, los chicos fueron escolarizados. Para la justicia, uno de los derechos que habían sido vulnerados era el de la educación. Ahora continúan estudiando en Corrientes. “Una de las chicas está haciendo su adaptación, y los otros dos están en el año que les corresponde. Pero vuelvo a su tiempo en el hogar: estuvieron controlados en el colegio, trabajaron con psicopedagogas, fonoaudiólogas. Me encontré con un trabajo muy distinto al que fantaseaba, que era la imagen del orfanato donde hay maltrato y desidia. Fue todo lo opuesto”.
Hoy, el día a día con los Branchi es “súper normal”, asegura el papá. “Ellos va a la escuela por la tarde. Así que la mañana es de preparación para eso: el desayuno, la tarea, el uniforme, alguna actividad extra escolar como un deporte. Y aunque la escuela está a tres cuadras de casa, los acompañamos. Es la rutina de cualquier familia, e incluye almorzar los domingos en la casa de mi madre, o que los primos vengan a quedarse a dormir los fines de semana. No hay algo puntual que nos veas y digas ‘estos chicos son adoptados’”.
Según Martín, los tres tienen características distintas: la mayor “es súper inteligente, muy rápida para aprender, además de ser muy cariñosa”; el único varón, el hijo del medio, “es un amor, siempre muy pendiente de sus hermanas y de la casa. Todo el tiempo busca en qué ayudar, en acompañarme a la ferretería si hay que arreglar algo. Es alguien de acción”; y la más chica, “es la más consentida, la mimada. Le encanta pintar con acuarelas, se nota un talento ahí”.
Al mismo tiempo, el papá advierte cómo los hermanos los observan a cada paso: “Nos estamos acostumbrando a ver de qué manera darles lo mejor en base a sus personalidades. Tomamos decisiones sobre qué habilitarles y qué no. Por ejemplo, el uso del teléfono celular. Aprendemos los límites, cosas de la organización familiar. Y siempre desde lo que somos nosotros. Nunca quisimos disfrazarnos de gente que no somos. A mí no me gusta el fútbol, y a mi hijo sí. Y no me quise disfrazar de futbolero para cumplirle esa ilusión. Pero su tío sí lo es, su abuelo sí lo es. Encima es de River y toda mi familia también. Así ve los partidos con ellos, por ejemplo”.
Lo bueno, para acentuar el vínculo con los hermanos, es que ambos trabajan en forma remota, desde su casa. “Tiene mucho a favor. No es que nos levantamos, nos vamos y quedan con una empleada o solos. Estamos mucho tiempo con ellos. Creo que eso influyó para que nos elijan como sus padres, porque nos vieron con mucha disponibilidad de tiempo para ahijar y construir un buen vínculo. Somos independientes, manejamos nuestros horarios. Entonces, por ahí acompañarlos a un partido de fútbol no es un lío”.
La construcción del amor —un tópico recurrente en las historias de adopción— era uno de los temores que debían enfrentar. “Tenía miedo de que aunque me llevara bien con ellos, no pudiera desarrollar ese sentimiento exactamente. Es que no tengo comparación entre lo biológico y no biológico, ni Hada ni yo tuvimos hijos antes. Pero descubrí, cuando conecté con ellos, que si ponés la energía ahí es maravilloso lo que ocurre. Hay que mirar a los ojos, escuchar, pasar tiempo, y florece. En ningún momento pensamos en volver atrás con la decisión. Al contrario: siempre nos preguntamos cómo no hicimos esto antes. No podemos creer lo felices que somos”.
La reflexión que deja Martín es clara: “¿Cómo podemos hacer para que más gente considere esta posibilidad? Veíamos a los chicos en el hogar y pensábamos: si tan solo otras diez parejas hicieran lo mismo que nosotros, todos esos chicos tendrían una familia”.