“Sentí que era mi papá diciéndome: ‘¡Dale, dale, dale!’”: las señales de Marcos Gastaldi que Camila percibe tras su muerte
Tiempo atrás, y tras un ataque de pánico, Camila Gastaldi se topó con su pregunta: “¿Qué hago con esto?”. Y fue detrás de la respuesta, inaugurando un largo camino que aún no ha concluido, y que la llevó a transitar por diversas terapias buscando su transformación personal.
Gran parte de lo aprendido lo volcará el 2 de noviembre en el Golden Center de Parque Norte, con el Wellness Fest 2024. “El propósito es brindar la mayor cantidad de herramientas posibles para la mente, el cuerpo y el alma”, adelanta Camila, quien organiza el evento junto a su socia, la médica integrativa Teresita Teté Dedyn y la health coach Ceci Duca.
“Habrá 50 puestos de emprendedores con las terapias alternativas; cremas, suplementación por vía endovenosa. Cada área tendrá distintas cosas, porque no a todos les funciona lo mismo -advierte-. Por ejemplo, existe la risoterapia: reírte es lo que más rápido te saca de una situación de ansiedad. También tendremos abrazadores profesionales, por la abrazoterapia”.
Y entonces Camila, quien se define como creadora de experiencias, procede a revelar su camino.
“Con mi productora de shows para eventos, atendía al cliente, iba a la fiesta, cobraba, le pagaba al proveedor, volvía. Y así tenía desórdenes del sueño, comía mal y en malas horas. A los cinco años mi ritmo circadiano implosionó. Tuve un ataque de pánico que me frenó fuerte. ‘¿Qué hago con esto?’, dije. Recurrí a la medicina alopática. Hice tratamiento con un psiquiatra, con un psicólogo. Y empecé a investigar en profundidad otras herramientas que venía consumiendo desde chica. También indagué un poquito más en autores como Deepak Chopra y Brian Weiss”.
—Y así nació el Wellness Fest.
—Sí. Indagando en estas nuevas herramientas entendí un poco más lo que es la inflamación del cuerpo. Mi episodio fue un mix: haber colapsado por el trabajo, más una mala alimentación, más síntomas de inflamación.
—¿Vamos para atrás?
—Vamos para atrás.
—¿Cómo era ser la mayor de los primeros cuatro hermanos Gastaldi?
—Era la primera que salía, tenía experiencias con novios, iba a fiestas. Como que le iba abriendo el camino al resto de mis hermanos. Mis viejos eran muy presentes y me dejaron ser muy libre.
—Una infancia con una posición económica muy cómoda.
—Comodísima. Olvidate. Era un disparate, a lo que fue después… Para mí era todo muy natural: tendría 10 años y a esa edad no lo razonás. Es la vida normal, a la que estás acostumbrada. Pero más allá de las posesiones materiales, era una crianza con muchísimo amor. Papá (Marcos Gastaldi) era súper abrazador: me acuerdo que había tormenta y nos buscaba para meternos en la cama y hacernos así, bollito. “Bueno, no vayan al colegio”, decía. Era miedoso en ese sentido. Y mamá, súper amorosa, siempre en el enfoque. Mucha vida y vínculo de familia. Los domingos, asados para diez, 15, 20 personas.
—A pesar de toda esa situación económica tan cómoda, tan distinta de la realidad, ¿tenías los pies en la tierra o apareció cuando fuiste creciendo?
—En la adolescencia empecé a descubrir un poco más de mi esencia. Papá me decía que yo era la hija rockera, la disruptiva. Iba a ver a los Gun’s and Roses, nada que ver con el prototipo con el que supuestamente pretendía ser criada. Ellos me aceptaron como era. Tampoco hacía locuras: no es que volvía drogada o chocaba autos.
—Tampoco fueron a buscarte alguna vez a una comisaría.
—Nunca. Hubiese sido una buena historia… Sí me gustaba experimentar. Un amigo me dijo que había hecho un curso en Los Ángeles, en el Musicians Institute. “Papá, ¿puedo ir?”. Era un programa de tres meses, y un día llamé: “¡Hola! Me quedo dos años a hacer la carrera”. Eso sí fue un shock… Papá, que era todo cuida, dijo: “¡¿Qué?!”, y se tomó un vuelo. Supervisó dónde estaba viviendo: en un departamento con seis mexicanos. Fui con poca plata, trabajaba de moza. Fueron historias divertidísimas.
—¿Tu papá en ese momento ya estaba con Marcela Tinayre?
—Sí.
—A vos te encantaba la música, y de repente aparece tu hermana Valeria con Bandana.
—Yo estaba en Los Ángeles estudiando, así que no tenía ni idea del programa. Nada de nada. Termino mi carrera, aterrizo (en Buenos Aires) y… no sé cómo explicártelo. Era el furor Bandana: yo no entendía nada. Fue como: “¿Qué es esto?”. (Valeria) no podía ni salir a la calle, era mega rockstars. Era divertido. Me armé mi banda de rock y en una conversación me dijo: “Yo quiero que vengas a laburar conmigo”. Ahí entré en la industria. De día trabajaba en la discográfica y a la noche, subía al escenario a tocar.
—¿Qué pasó cuando tu papá empezó a tener problemas con la Justicia?
—Yo era muy chica y a nosotros siempre nos tenían como en una cosita de cristal. No había mucha explicación. No era: “Miren, está pasando esto, esto, esto y esto”. No había detalles. Como que eso estaba pasando por la galería de la información. Y cada uno hizo lo que pudo. Fue una situación durísima para todos.
—Y además, vos eras la más grande de los hermanos.
—Sí. Pedía explicaciones y me decían que no era el momento. Tuve que indagar yo, por mis propios medios. Ver cómo era. Por suerte se solucionó relativamente rápido. Y papá era un personaje. Vos ibas y te decía: “Me armé una barrita para hacer pesas con dos bidones. Y me puse a escribir. Y no sé qué”. No sabía estar haciendo nada.
—¿Cómo fue el vínculo durante tantos años con Marcela?
—El vínculo fue mutando. Al principio, entramos a convivir todos, porque Nacho y Juana (Viale) vivían en casa. Fue espectacular. Éramos contemporáneos en las edades, entonces salíamos juntos, íbamos a los mismos lugares.
—¿Con Nacho y Juana se llevaban bien?
—Perfecto. En esa época éramos súper amigos. Hay momentos en la vida en que coincidís, y hay momentos que no. En ese momento era muy muy muy divertido.
—Tu casa era un viaje de egresados.
—¡Sí, siempre! Éramos un montón. Marcela y papá estaban chochos, realmente muy felices.
—¿En algún momento estuviste celosa de Marcela?
—No. Sinceramente, no. Lo que sí, con Marcela tenemos un carácter bastante parecido. Y lo que empezó a pasar es que teníamos momentos de amor tremendo y momentos medio ríspidos. Con papá estuvieron muchos años juntos: vivimos muchísimas experiencias, buenas y también malas, y la relación fue fluctuando en eso.
—En un momento vino Rocco. ¿Cómo fue?
—Yo tampoco estaba… Estaba de viaje. ¡Me perdí los mejores momentos! La recepción de Rocco unió muchísimo. Con un amor tremendo. Rocco era la perdición de papá, que era muy pro bebitos. Me acuerdo de una señora que trabajaba en casa queda embarazada, y fue muy angustiada a decirle: “¿No ves que tengo que abortar a mi bebé?”. Y le dijo: “No, de ninguna manera. Nunca le va a faltar nada a tu hija, yo te voy a ayudar”. Él era muy provida. Y su esencia era ayudar. Siempre te decía: “¿Vos qué hacés? ¿En qué te puedo dar una mano?”. Y con Rocco, ellos seguían haciendo su vida con su bebito a todos lados. Fue algo muy lindo que pasó.
—Y llegó Francesca (hija extramatrimonial de Marcos Gastaldi).
—Después llegó Francesca. Fue un desafío y una decisión de pareja.
—¿Y para vos? ¿Entendiste que era una hermana?
—Mirá, es raro, porque en esa época yo estaba embarazada de mi hijo. Entonces, fue una mezcla de dolor: “No quiero saber nada con esto porque yo no tengo nada que ver con esto”. Después el tiempo pasa, te da enseñanzas, entendés por qué pasan las cosas. Pero en definitiva, yo no me hago cargo de las decisiones de los demás. Sí me hago cargo de las mías y de cómo yo quiero vivir los vínculos con las personas.
—¿Hoy, tenés vínculo con Francesca?
—Hoy tenemos vínculo todos. De hecho, hay algo que nadie sabe: Marcela lo apoyaba mucho a papá en ese sentido. Le dijo: “No dejes de tener vínculo”. Y obviamente, a ella le ha dolido un montón la situación. Yo no sé cómo reaccionaría, honestamente. Pero bueno, Marcela es muy fuerte. Decidió hacer lo que hizo y, como te vuelvo a decir: era un tema de pareja, de ellos dos.
—Cuando tu papá se enferma, ¿qué te pasa a vos con eso?
—La enfermedad de papá fue muy larga. Y muy triste. Pasó por distintas etapas. Primero decís: “Che, ¿qué hago?”. Nadie sabía qué hacer.
—¿Te lo contó él?
—No, porque fue muy difícil encontrarle un diagnóstico. No se entendía bien qué era. Pasaron por lo menos dos años hasta que tuvimos un diagnóstico. Papá tendía a tener ataques de pánico, situaciones de ansiedad; al mismo tiempo era súper hiperactivo, deportista, comía saludable. No se entendía mucho la cosa. Y cuando empieza a decaer… A nosotros nadie nos dio un manual que diga: “Esto se hace cuando una persona tiene Alzheimer”. Cada uno hizo lo que pudo. Sí puedo decir lo que me pasó a mí: lo abracé, lo acompañé como pude, siguiendo mi vida, siguiendo laburando. Porque aparte papá era: “Yo me arreglo, vos dale para adelante”. Hasta que ya no pudo arreglarse solo y empezó con la etapa de acompañantes terapéuticos y todas estas cosas. Las enfermedades desgastan muchísimo a la persona que toca acompañar.
—Esa situación, te toma.
—Te toma… Tampoco existe un curso que diga cómo lidiar cuando te pasa algo complicado con un familiar, como una enfermedad terminal. ¿Sabemos realmente acompañar a la persona desde la empatía? Hay momentos que te da bronca, otros que estás triste, momentos que te enojás… Es como un duelo. Y el final fue realmente difícil porque estábamos en pandemia. Y fue de un día para el otro.
—¿Pudiste ir a despedirlo?
—No. Nadie. Era el momento donde no se podía salir. Lo vi un día, que tenía internación domiciliaria. Al otro día lo internaron. Y una semana después, chau… La cabeza te queda regulando un poco. Encima yo tenía dos situaciones. Estaba duelando a mi papá. Y mi empresa, que la había remado y era exitosa, que hacía 350 eventos por año, estaba anulada. Los eventos fueron lo último que se abrieron.
—¿Qué edad tenía tu hijo en ese momento?
—Seis años.
—Porque además estaba la maternidad de un niño, en pandemia.
—En pandemia, sin laburo. Fue un momento difícil para mí. ¿Pero sabés lo bueno que me trajo eso? Ahí fue cuando empecé a estudiar a fondo todas estas terapias que enseñamos en el Wellness Fest. Fue un cambio de vida. Siempre me consideré una persona puente: toda la gente me viene a pedir a mí, desde un plomero hasta los Auténticos Decadentes. Cualquier cosa, todo lo que te imagines. Probé todas las terapias alternativas y dije: “A ver si reformulamos esto para empezar a hacer un puente y tener un impacto más positivo”.
—¿Algo de todas las terapias que probaste en esta búsqueda, te conectó con tu papá?
—Sí, 100%. Me ayudó a procesar el duelo. El tiempo también ayuda muchísimo. Una empieza a bajar, el nivel del dolor también. Y empezás a conectar con ese ser desde otro lado. Depende de tus creencias o las distintas terapias que vas haciendo. No te digo que fui y me dijeron: “Che, estoy hablando con tu papá. Te dice tal cosa”. Pero empiezan señales sutiles de que el ser humano, sigue.
—¿Encontraste esas señales?
—Un montón de veces.
—¿Por ejemplo?
—Veo que Deepak Chopra iba a estar en Hawái. Hice cuentas: tenía la guita justa para el pasaje y llegar al retiro. “¡Chau, fue! Me voy”, dije. Entonces Marcela, de buena onda, me dice: “Te voy a dar el carry on de tu papá, así te acompaña de alguna manera”. Me iba con una valija gigante con libros de gratitud, una guitarra, el carry on. A esa altura ya había grabado los mantras. Yo iba a llegar a Hawái, Deepak Chopra me iba a escuchar cantar y me iba a decir: “Venís conmigo por el mundo a tocar tus mantras en mis retiros”. Pero me agarra la chica del counter (del aeropuerto) y me dice: “Es el carry on o la guitarra”. Y lo miro a Diego (su marido): “Llevate la guitarra. No sé, me compro una en Hawái”. Subimos las escaleras. Meto la mano en el carry on buscando el pasaporte y digo: “¡¿Qué es esto?!”. Era la billetera de papá. Cuando murió fue un lío porque nadie tenía el documento, nadie sabía dónde estaba. Y en el momento en que yo me estaba subiendo a ese avión, aparece. La miro, temblando. Sentí que era mi papá diciéndome: “¡Dale, dale, dale!”. De esas historias tengo un montón.
—Lo sentis a tu papá, cuidándote.
—Exactamente. Si vos pedís las señales, te juro que aparecen. Pero tenés que estar muy conectado.
—¿Cómo está hoy el vínculo con Marcela?
—Bárbaro, re bien. Esto que te decía: sobre el final de la enfermedad es como que está todo el mundo cansado, ya no sabés si querés que se muera, que se quede, que no sé qué… Y al contrario de lo que yo hubiese imaginado, nos unió muchísimo más. Es más, (Marcela) habló en mi casamiento y nos elegimos de verdad, con todas nuestras luces y sombras. Nos vemos. Y yo la elijo a ella, y elijo tener un vínculo con ella.
—¿Es copada como abuela?
—Sí, súper presente, re buena abuela. Ella tiene más cotidianidad con los hijos de Juana, por supuesto. Pero está en todos los cumpleaños. Siempre llama, se acuerda, nos invita a programas.
—¿Y como es ahora el vínculo con Juana y Nacho?
—No tengo cotidianidad en verlos por la vida que lleva cada uno. Vivo en Maschwitz y estoy muy allá. Vengo poquito a Capital. Nos vemos en reuniones familiares y está todo súper bien, nos matamos de la risa. Pero no tenemos el mismo vínculo de cuando teníamos 18 años y vivíamos en la misma casa.
—¿Fuiste por un ratito nieta de Mirtha Legrand?
—Yo tengo todas las etiquetas, olvidate: nietastra, hijastra, hermana de…, hija de… ¿Cuál me falta? No sé.
—¿Era copada Mirtha como abuela?
—Mis admiraciones por esa mujer: mucha memoria. La veo y le cuento que estoy remodelando la casa; seis después vuelvo a cruzarla y me dice: “¿Cómo va la remodelación?”. ¿Entendés? Es impresionante. Cuando me caso, le digo a Marcela: “No la quiero poner en un compromiso a tu mamá, pero me gustaría que por lo menos sepa que tengo la intención de invitarla”. Y me dijo: ”Llamala y decíselo vos”. “Bueno, okey”. Le mando un mensaje: “Chiqui, soy Camila. Me estoy casando. No te sientas en el compromiso de venir, pero quiero que sepas que estás invitada”. Y se maquilló, se peinó; impecable, divina. Y vino a la ceremonia. Me pareció un gesto divino.