La “reencarnación” de un pintor mendocino que descubrió su “vida pasada” a través de la misteriosa foto de un magnate indio
La historia del artista plástico Sergio Roggerono es bastante atípica y aquellos que no creen en la reencarnación hasta podrían perfectamente poner en duda su testimonio. Él está convencido de que tiene “unos canales abiertos para comunicarse con sus seres queridos” que ya están fallecidos y que “la muerte no existe”.
“Solo cambiamos de estado. Volvemos del más allá y seguimos viviendo. La energía se transforma”, explica Roggerono a Infobae con total seriedad antes de relatar una increíble y fascinante historia de reencarnación que lo tiene como protagonista.
La reencarnación es el concepto que sostiene que el alma migra de un cuerpo físico a otro a lo largo del tiempo. En este proceso, dicen que el alma acumula lecciones, aprendizajes y asuntos pendientes heredados de vidas anteriores con la misión de abordar y completar esas partes.
Lo intrigante es que existen posibles señales que podrían indicar estas encarnaciones como sueños repetitivos, precognición, empatía con determinadas personas y miedo inexplicables. Y todo esto es justamente lo que dice haber experimentado Roggerono a partir de la muerte de su abuela materna, en 1997, y con quien tuvo “una relación excepcional”.
Como su mamá era maestra y trabajaba doble turno, prácticamente se crio con ella y forjaron un amor inquebrantable que traspasó la niñez, se consolidó en la adolescencia y se volvió “muy fuerte” durante la adultez con largas tardes de charlas y mates de por medio.
Cuando ella atravesaba sus últimos días por el avance del Parkinson en su cuerpo, Roggerone había sido convocado para exponer en el Consulado argentino en Nueva York. “Fui a su casa, me tiré en la cama con ella, la miré a los ojos y la abracé. Luego la agarré de sus de sus manos y le dije que la amaba muchísimo. No me contestó porque ya no podía ni hablar”, recordó.
Una vez que aterrizó en Estados Unidos, Roggerone mantuvo comunicaciones a diario con su madre, que era la encargada de darle el parte médico. “Llamé la primera noche y seguía grave, la segunda y la tercera fue igual. Entonces preferí esperar a que me llamara ella ante alguna novedad”, remarcó.
Sin embargo, él se enteró de la triste noticia antes que le avisaran por un sueño que tuvo. “Una mañana me desperté llorando. Tuve un sueño con ella donde me decía que estaba sana, muy bien y yo la veía gordita, cuando el último recuerdo que tenía de ella era verla muy flaquita”, aseguró Roggerone, quien en el sueño se veía caminando de la mano su abuela por la alameda de la casa de campo que tiene la familia en Mendoza.
“Ella se contactó conmigo para despedirse”, aseveró completamente emocionado al recordar ese momento tan movilizante y vívido, que volvió a repetirse tres meses después de su muerte.
“Tuve otro sueño donde voy a su casa y la veo a ella con una bata y un turbante blanco. No tenía cara y tampoco hablaba en castellano. Lo hacía en una lengua rara que yo entendía perfectamente. Me pidió que entrara a la casa. Ella se va al baño y me dice: ‘Acá no podes entrar porque me estoy purificando’. Paso por delante de la puerta, que estaba un poco abierta y la veo que estaba adentro de la bañera, toda vestida, tapada con espuma blanca tirándose agua en los brazos”, describió.
Y lo último que ella le dijo para despedirse fue: “No te voy a poder ver más en los sueños. Pero si alguna vez necesitas de mí por alguna urgencia poné el reloj a las 7:15 de la mañana que voy a volver”. Hasta el día de hoy, Roggerone asegura que nunca la volvió a contactar a pesar de haber experimentado situaciones límite.
Luego del fallecimiento de su padre, en 2004, su psiquis detonó. Él tenía 37 años y su padre 63. “Ya había muerto mi abuela, mi abuelo y padre. Sabía que el próximo era yo. Mi papá murió de un infarto y a mi me había empezado a doler mucho el pecho y el brazo izquierdo”, recordó. Pero cada vez que iba de urgencia al hospital, los médicos descartaban cualquier cuadro y salía caminando como si nada.
“La cabeza había empezado a jugarme una mala pasada. Me costaba dormir, sentía que el corazón latía acelerado y me volvía ese sentimiento de infarto y muerte inminente”, aseveró. Luego, comprendió que se trataban de ataques de pánico y estuvo así durante dos años.
El 2006 marcó su vida por completo. El inesperado suceso ocurrió durante un viaje que hizo a Chile para exponer en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago. En su visita a la Librería Francesa, de la que es un añejo cliente y hasta tiene varias suscripciones, su dueña le entregó “por una de esas cosas del destino” un libro de fotografías que él nunca había encargado.
“La mujer me puso el libro en la mano y cuando lo abro veo una foto y me doy cuenta que era yo el que estaba ahí. Pero se trataba de otra persona: el Maharajá de Kapurthala, un opulento magnate indio. Inmediatamente hice un click en mi cabeza. Me di cuenta que la muerte no existe. Sentí que había sido el Maharajá en mi vida pasada y que ahora soy quien soy. Cuando entendí que la muerte es solo un cambio de estado se me fueron los dolores en el pecho, las palpitaciones y los ataques de pánico”, admitió.
La similitud entre las fotos del Maharajá de Kapurthala y de Sergio Roggerone es asombrosa. Esto hizo que el artista plástico emprendiera una exhaustiva investigación para conocer más de este hombre y descubrió que el monarca indio había visitado Argentina en agosto de 1925 y que, incluso, había estado en Mendoza.
“Mucha gente se pregunta si mi abuela pudo haber tenido una relación con el Maharajá pero es imposible. No tengo sangre criolla. Soy descendiente de españoles y de italianos. En mis antepasados tampoco hay mezcla con turcos, indios o árabes”, aseguró.
Si bien el magnate indio llegó a Buenos Aires a mediados de agosto de 1925, invitado por el entonces presidente Marcelo T. de Alvear, arribó a la provincia cuyana el 1 de septiembre y su presencia acaparó la tapa del diario Los Andes. “Fue recibido por el gobernador de Mendoza, que en ese momento era Rufino Ortega, y lo llevó a ver el monumento del Cerro de la Gloria, que lo acababan de inaugurar”, contó.
El Maharajá estuvo apenas 20 horas en la ciudad de Mendoza. Había llegado en tren y su próximo destino era Chile para luego continuar su travesía por distintos países de Sudamérica. “Lo más loco es que el tren con el que se trasladaba lo mandó a equipar especialmente con muebles y objetos traídos de la India, todos llenos de nácar. Después de rastraerlos por muchos años se los compré a un vendedor de antigüedades de Valparaíso pero aún están en Chile ya que cuando cambió el gobierno y asumió Cristina Kirchner no me los dejaron traer”, relató.
Toda esa investigación lo ayudó a cerrar el círculo que se había abierto con la muerte de su abuela. “Cada vez que me miro al espejo no me veo a mí, lo veo a este tipo”, afirmó. Y las similitudes no se agotan en lo físico sino también en otros aspectos intelectuales. “Él tenía las mismas manías que yo. Era un tipo que amaba el arte y la arquitectura. Era un coleccionista, le gustaba la ópera y hasta tenemos una grafología similar”, ejemplificó. “Y en su breve paso por Mendoza hasta dijo que si tuviera que elegir donde vivir, elegiría Argentina”, agregó.
Fascinado con toda esta información, Roggerone se propuse buscar a alguno de sus herederos y contactó por Facebook a Tikka de Kapurthala, quien es el príncipe heredero de Kapurthala y ejecutivo de Louis Vuitton en India. “Empezamos a chatear, seguimos con mensajes de Whatsapp y finalmente nos conocimos en Roma, hace 10 años”, recordó.
El artista plástico le contó a Tikka los motivos de lo que él considera que es una historia de reencarnación y el príncipe indio lo escuchó atentamente. “No sé si me creyó pero antes de despedirme me preguntó: ‘¿Qué buscas, una herencia?’. Le expliqué que no, que mi búsqueda no iba por ahí”, aseguró.
A sus 56 años, Roggerone dice sentirse aliviado y reconfortado de haber podido unir todas esas señales para darle sentido a su vida y descubrir, por estas creencias, que tras la muerte hay un nuevo comienzo. Hoy, ese temor ya no lo atormenta.