Crisis de conducción, el factor Villarruel y la interna en PBA: los focos de conflicto que atraviesa el peronismo
¿Quién conduce al peronismo? El interrogante es simple y corto. La respuesta, también: nadie. No hay un conductor del espacio político en toda su magnitud y extensión. La fragmentación es un hecho visible y naturalizado dentro del un esquema que se modifica en el tiempo, que deja caer sus capas de piel y que se renueva tantas veces como haga falta.
En las bases dirigenciales lo que se reclama es un liderazgo nuevo, que no sea el de Cristina Kirchner, que hasta aquí ha trascendido en el tiempo con una cuota de poder importante. De ese pedido hay que excluir a La Cámpora, atornillada en la idea de que la ex presidenta sea eterna. Incluso, manteniendo vivo el postulado de que vuelva a ser candidata el año que viene o que conduzca el PJ Nacional.
Si la ex vicepresidenta sigue pensando en la intimidad lo mismo que expresó el año pasado en varias entrevistas, la dirigencia más joven, entre los 30 y 50 años, debe hacerse cargo de abrir las puertas de un nuevo proceso político. No puede caer sobre ella ese trabajo. Aunque siga ocupando un rol clave en el mapa nacional, mantenga la jefatura política sobre el kirchnerismo y siga teniendo peso específico en su palabra, tanto pública como privada.
CFK hizo valer su poder de conducción en un sorpresivo altercado público con el senador formoseño José Mayans. Primero jugó su carta en redes sociales, tajante y agresiva. El legislador le respondió elípticamente en una radio. Después, con más pragmatismo que enojo, ordenó el discurso, la estregia y el contenido político a través de una reunión con dos senadoras que responden directamente a ella: la mendocina Anabel Fernández Sagasti y la bonaerense Juliana Di Tullio.
En esas horas de desconcierto, entre el contrapunto y la reunión del orden, desde las terminales peronistas comenzó a florecer el descontento y la incertidumbre. Ambas por la falta de timing. “¿Nos vamos a pelear ahora que en el Gobierno se están matando?”, se preguntó un experimentado legislador peronista. Un intendente del conurbano pareció responderle en su análisis: “Si no armamos una mesa política y nos ordenamos, va a seguir siendo un caos”.
Acostumbrados a la conducción vertical y unificada en una persona, en el peronismo piden a gritos la conformación de una reunión permanente, con actores que puedan acordar la hoja de ruta. Un encuentro formal con dirigentes representativos. La aceptación gráfica de que debe existir una mesa rectangular donde entren varias sillas. Ni una mesa cuadrada, ni una mesa redonda.
Amplitud para navegar hasta el 2025. Y, a partir de los candidatos y los resultados, ver si existe alguien con más capacidad, temple e importancia momentánea que el resto, para hacerse cargo del timón hasta la antesalada de las elecciones presidenciales. Cristina Kirchner conduce al kirchnerismo. Sergio Massa hace lo propio con el Frente Renovador. Máximo Kirchner es el jefe de La Cámpora. Axel Kicillof es el jefe político de un espacio reducido en la provincia.
Nadie conduce a la mayoría. Parece lógico, debido a que el peronismo hoy está en la oposición y durante el gobierno del Frente de Todos hubo una descomposición del espacio político, que derivó en una fragmentación de las creencias y convicciones de la dirigencia. Todos piden cambios profundos. Son pocos los que se animan a moverse de su silla para ejecutarlo con una discusión política de por medio. La división debilita. Y esa debilidad es ganancia pura para el gobierno libertario.
El gobernador bonaerense trata de salir indemne de la ola de reproches que se cruzan el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, y algunos nombres propios relevantes de La Cámpora. El ex ministro de la Nación volvió a la carga con la idea de que el año que viene haya internas. De un lado, el camporismo. Del otro, el peronismo bonaerense. Que gane el mejor.
“Axel tiene el liderazgo administrativo de la provincia. El año que viene, en el proceso electoral, tiene que adquirir el liderazgo político”, sentenció un dirigente bonaerense cercano al Gobernador. Eso implica estar al frente del armado de listas y la estrategia electoral. Ser parte de una mesa con poder de inclusión y de veto.
Los críticos de Kicillof aseguran que es un buen gestor y un cuadro ténico relevante, pero que le falta cintura política. Muñeca y tacto para contener y convencer. Los defensores aseguran que en su gobierno abraza a todos los sectores y que hacer equilibrio en el peronismo no es fácil, sobre todo cuando su relación con los intendentes pasó de conflictiva a amistosa con el transcurrir del mandato. Es caminar por una cuerda finita todos los días.
La semana que viene Ferraresi visitará Quilmes nuevamente. Está jugando al límite respecto a la interna que protagoniza con La Cámpora y con la intendenta quilmeña, Mayra Mendoza. El roce es permanente y tiene que ver con los gestos y las formas en las que se están moviendo en el conurbano. “Ningún dirigente de orga le pegó por debajo de la cintura a Axel. Pero es difícil pensar que él no está detrás de lo que hace y dice Ferraresi”, aseguró un funcionario provincial de la agrupación ultra K. Desconfianza pura.
“Ferraresi está convocando a la división en Buenos Aires, diferenciándose de Cristina y Máximo, promoviendo su candidatura a diputado nacional y la de Axel para presidente en el 2027. Está especulando con que se cae el gobierno de Milei. Su acto es una nueva provocación”, advirtieron en La Cámpora.
“Hay que hacer una autocrítica y entender que la metodología utilizada hasta aquí, está en crisis. ¿Una provocación nuestro acto? Para nada. Tampoco lo sentimos así cuando Máximo Kirchner estuvo en en Avellaneda y el intendente no fue invitado”, deslizaron, con ironía, desde el municipio que conduce Ferraresi.
En la provincia de Buenos Aires se vive una situación muy especial. Por un lado en el esquema político de Kicillof dejan saber que la organización política que conduce Máximo Kirchner desgasta y lima la figura del Gobernador. En el camporismo sostienen todo lo contrario. No solo que no juegan en su contra, sino que es él el que está buscando armar un proyecto político que no los contenga a ellos y al sector más duro del kirchnerismo. Los resquemores reviven con frecuencia.
Lo cierto es que esa interna a cielo abierto también es consecuencia de la falta de conducción. Salvo que, como algunos dirigentes piensan, la ex presidenta, que está por encima de los dirigentes que protagonizan la discusión, esté dando vía libre para que se reacomode el tablero con un mecanismo que funciona a fricción.
La segunda opción que también está instalada entre algunos dirigentes es que la ex mandataria no pesa sobre la decisión y el accionar de algunos nombres propios, como es el caso de Ferraresi o Andrés “Cuervo” Larroque. Es decir, que cada cual atiende su juego. Sea cual sea la realidad, lo cierto es que la interna no se ordena y las diferencias sobreviven con más fuerza que antes.
De Villarruel a Mayans, de Ferraresi a Mayra Mendoza. La etapa de reorganización peronista tiene sobresaltos lógicos del despoder y la, cada vez más evidente, necesidad de un recambio en la forma de construcción política. Una dirigente con varios años en las filas peronista lo definió con un estilo porteño y directo: “Tiene menos quilombo un elenco de revista de la calle Corrientes”.