Pepita la Pistolera: su carrera delictiva, el día que mató a tres hampones a balazos y el salto a la pantalla grande
El 15 de junio de 1948, don Antonio Di Tullio, un italiano de comportamiento violento que vivía junto a su familia en la zona del puerto de Mar del Plata esperaba ansioso el nacimiento de un hijo varón. Pero grande fue su disgusto cuando le anunciaron la llegada de una niña rozagante. Su mujer, Irene Shoinsting, popularmente llamada Kita por los vecinos del barrio, que la abrazaba sobre su pecho le ofreció que la tomara en brazos. El Tano arrugó la cara y se marchó. Había nacido un mito: Margarita Graziana Di Tullio, con el correr de los años, “Pepita la pistolera”, apodo que detestaba.
Antonio y Kita ya tenían otra hija, Alicia, por eso él aunque el tiempo pasaba y la niña crecía, seguía molesto porque no tenía “el varoncito” que tanto deseaba. Aunque más allá de eso empezó a adaptar a la pequeña Margarita a sus deseos. Entonces la llevó a entrenar boxeo argumentando que en el futuro le serviría para moverse en la calle y que nadie pudiera agredirla. Simulaba un padre protector, pero detrás de esa pantalla se escondía un despiadado que la hacía pelear por plata a como fuera, sin tener en cuenta quién era el rival, ya que su único objetivo era obtener dinero de la manera más fácil posible.
Así “Marga”, como todos la llamaban, crecía y se criaba en un ambiente marginal, agresivo, hostil, y no tardaría nada en iniciarse en el delito. Arrancó investigando dónde quedaba la limosna que los fieles dejaban en el santuario de Nuestra Señora de Lourdes en Mar del Plata cuando las devotas que asistían con frecuencia a las misas recorrían fila por fila pasando “cepillo” –cesta o saco en el que se recoge dinero durante la ceremonia-. También sustraía las monedas que la gente dejaba en la gruta. Y una vez completada la “recaudación”, se acercaba sigilosa y se llevaba monedas y billetes en una bolsa, como si fuera un guardavalores de las empresas de camiones blindados que recorrían los bancos trasladando el dinero, pero en esta caso al margen de la ley.
Al tiempo se atrevió a dar un pasito más en busca de montos un poco más importantes. Y empezó a “apretar” a las parejas que estacionaban frente a la playa para prodigarse amor. Les golpeaba suavemente uno de los cristales para que no se sobresaltaran, y cuando asomaban la cabeza los apuntaba con una pistola y no les quedaba otra que darle todo lo que les pedía. Cuando se iba les sugería que siguieran con lo que estaban y que nunca dejaran de apostar al amor, a manera de burla.
A ésta sórdida mujer deberá interpretar Luisana Lopilato en La Pistolera, la leyenda de Pepita, filme que empezará a rodarse en 2025 en Mar del Plata y Buenos Aires, tal como adelantó Infobae, que representará un apasionante desafío para la actriz.
Deberá ser una experta en manejar armas de fuego, habilidad que Di Tullio cultivó de la mano de su padre, quien le había enseñado perfectamente a hacerlo. Hasta que decidió irse de su casa de la zona del puerto marplatense porque su progenitor, alcoholizado, le dio una paliza tremenda. Continuó sorprendiendo y robando a turistas, otras de sus especialidades porque sabía que por lo general andaban distraídos disfrutando el mar y los paisajes y siempre con plata encima.
Hasta que a mediados de los años 60 cayó presa por robar autos, delito bastante más pesado. Ya la habían encontrado manejando armas largas como escopetas, rifles y alguna que otra metralleta. Por primera vez pisó la cárcel de Dolores cuando era una joven delincuente, y allí perfeccionó aun mas sus artes en lugar de redimirse. Siguió asaltando en la calle a los visitantes que llegaban todos los veranos, también escruchando –robo en ausencia de sus propietarios- sus casas y departamentos y volvió a caer en prisión.
Todavía muy joven y pese a su conducta delictiva conoció, se enamoró y se casó con un suboficial de la Armada con el que se encontraba en las noches de La Feliz que frecuentaba a más no poder. Pero el metejón le duró menos de lo que pensaba al principio. Enseguida comenzó a aburrirse de sus procederes correctos y le dio salida, como se dice vulgarmente, dejando más que claro que su fuerte no era la estabilidad emocional.
En los piringundines de la zona continuó como alternadora o copera, como se llamaba a las mujeres que trabajaban en los cabarets y hacían que sus clientes bebieran en gran cantidad porque por cada trago cobraban un porcentaje. Margarita era muy selecta y elegía, si lo deseaba demasiado, con quien quería irse a pasar la noche, no se acostaba con cualquiera.
Los amores desdichados y no tanto siguieron apareciendo en su vida uno tras otro. Con Guillermo Cabrera tuvo un hijo, Guillermito. Un día la policía los halló de la mano por la calle y se los llevó preso a ambos. A Pepita la buscaban por los comentados asaltos a enamorados frente al mar. Y terminó tras las rejas por cinco años, desde principios a mediados de los 70. Al salir sintió tal sensación de libertad que intentó dejar la delincuencia. Pero no lo logró. Pese a que tuvo otro hijo, Gabriel, esta vez con Horacio Triviño, con quien tampoco estuvo demasiado, volviendo a separarse.
Hasta que conoció a otro hombre de mar, pero no de las fuerzas armadas, sino experto en pesca: Guillermo Schelling. Con él tuvo a Gustavo, su tercer hijo. Se propusieron abrir lo que llamaron un “club nocturno”, Neisis, ardid para no decirle cabaret o cabarulo, término para referirse en forma despectiva. Y llegó Mauricio un hermanito para Gustavito. Y abrieron más boites como Rumba, antes Akadama, siempre en la zona aledaña al puerto.
Empezó a crecer en las sombras como “dueña” de la noche marginal marplatense. Y se vio obligada a tener alguien que la protegiera. Entonces trabajó para ella Alejandro “El Tarta” Lozada, otro referente de la nocturnidad que además se ocupaba de regentear el pool “444″, asociados con su marido a un tal Baloizian. Por entonces El Tarta siempre estaba acompañado no solo por su pareja, Mónica Strapko, también lo “asistían” Mariano, su hermano y Américo Córdoba, un íntimo.
Harta de los conflictos que uno tras otro le provocaba Lozada, Margarita lo echó a la calle después de tirarle por la cara 300 dólares a manera de indemnización. Jamás calculó ni pensó que la madrugada del 20 de agosto de 1985 El Tarta se le iba a aparecer sin su novia pero con sus dos hampones. Entraron a los golpes a su departamento, a pura amenaza: “¿dónde tenés encanutada la guita hija de re mil p…? Esto no termina acá, te vamos a violar a vos y a tus pibes, ¿quién carajo te creés que sos?” Margarita, fría como un témpano, mantuvo la tranquilidad mientras miraba cómplice de reojo a su marido, que la acompañaba. Hizo un movimiento que sus visitantes no percibieron y así pudo tomar el arma que siempre tenía bajo el colchón. Lo que siguió fue a puro disparo. Pensó que había fusilado a los tres, pero uno se levantó y le apuntó a la cabeza. Rápida, le manoteó la muñeca, giró el arma y le pegó un tiro mientras le decía “adios, te maté”. Al final del tiroteo, pericias policiales mediante, se demostró que uno logró escapar y dos cayeron muertos. La condenaron a tres años de prisión en suspenso por “exceso en la legítima defensa”.
Esta historia la contó con lujo de detalles sentada en los almuerzos de Mirtha Legrand. En una entrevista le confió al periodista Rodolfo Palacios: “El día que me invitaron a la mesa de Mirtha tomé cocaína en su cara. Me metía el polvo blanco debajo de la uña del meñique y aspiraba. En un corte, Mirtha me preguntó si me picaba la nariz. Hoy me arrepiento de eso, pero venía de estar presa pese a ser inocente y mi cabeza estaba en cualquier lado”, dichos que con el tiempo desmintió su hijo Gabriel.
En la crónica policial publicada por el diario La Capital el viernes 23 de agosto de 1985 el periodista Heberto Calabrese dilucidó que Margarita Di Tullio era la misma mujer que 16 años atrás había sido detenida por asaltar a mano armada a parejas en la costa. Y así se le ocurrió bautizarla Pepita La Pistolera, como la protagonista de la canción mexicana que generó un boom en 1959. La entonaba Ana María Cachito y decía ‘pues ya llego la fiera, Pepita La Pistolera/Andele manito, que quieren con eso matones, que las mujeres también matamos’”. Esta es la verdadera historia del origen del seudónimo que la inmortalizó.
Así se ganó el mote de “Pepita, la pistolera”, que odiaba porque venía de segunda mano y porque su anterior portadora según su criterio era una ladrona sin código alguno que robaba salitas de salud y farmacias con el fin de conseguir drogas. Y luego abusaba sexualmente y asesinaba a sus víctimas en los barrios humildes de Gran Bourg y aledaños.
Por entonces, su relación con Schelling empezó a decaer y cada uno siguió por su lado. Más tarde a él en medio de una depresión severa un día lo encontraron muerto al caer del quinto piso de un edificio. Margarita lo reemplazó por un individuo bastante más joven que ella conocido como el Oveja Gómez, un pendenciero, que disfrutaba de los beneficios de los cabarets que Pepita seguía manteniendo, mientras enfrentaba como podía denuncias por explotación sexual, por proxenetismo, trata de personas, compra y venta de drogas, con protección policial y corrupción asegurada.
Se desprendió del Oveja para empezar algo con Pedro Villegas. En 1995 terminó detenida junto a él en Comodoro Rivadavia. En el auto llevaban un revolver, cien gramos de cocaína y también marihuana. Pero lo aun peor estaba por venir cuando el 25 de enero de 1997 mataron a José Luis Cabezas, fotógrafo de la revista Noticias en una cava de General Madariaga cercana a Pinamar.
El por entonces gobernador Eduardo Duhalde exigió a la policía un rápido esclarecimiento. Y como por arte de magia los antecedentes de Pepita y de Villegas aparecieron sobre la mesa de los investigadores. Eran los perejiles perfectos para resolver el tema rápido y de una vez por todas.
Entonces aprovecharon y sumaron el testimonio de Carlos Redruello, un soplón de la policía detenido en Punta Alta, que dijo haber estado infiltrado mientras investigaban a Pepita y una madrugada entre alcoholes le escuchó decir que “había que sacar del medio al chabón de Noticias”. Empezó a correr la versión intencionada que aseguraba que Margarita capitaneaba la banda que mató al reportero de la que también formaban parte, además del mencionado Villegas, Flavio Steck, el uruguayo Luis Martínez Maidana y Domingo Dominicetti.
Apareció en escena el comisario Víctor Fogelman y metió presos a todos con el argumento que habían sido ellos los criminales por una venganza contra Cabezas que los había investigado y entonces los extorsionaba. Se secuestraron armas y la propia policía informó que la hallada en poder de Martínez Maidana había sido usada para matar al fotógrafo. Cuando en realidad los verdaderos asesinos eran parte de la gavilla que lideró el policía Gustavo Prellezo, que lo terminó ejecutando.
Pese a todo, mientras la verdad salía a la luz, Pepita la pasó presa en la cárcel de Dolores donde regresó después de muchos años, hasta que se comprobó que no tuvo que ver y salió en libertad.
Rubén Darío Cortés fue su próximo amor, otro bastante más joven que ella. Pero la tragedia regresaba a su vida. En 2002 tuvo un accidente de tránsito, chocó, él murió y volvió a quedar viuda. Otro golpe durísimo enfrentó en 2007 cuando falleció Guillermito Cabrera, su primer hijo. Antes, en 2006, su nombre sobrevoló las noticias cuando se produjo el robo al Banco Río y salió a la luz el nombre de Alicia, su hermana. Margarita nunca se llevó bien con ella, la trataba de buchona porque cuando eran niñas le contaba a sus padres que se iba con distintos pibes. Alicia era la mujer de Alberto De la Torre, uno de los principales acusados y condenados por aquel mítico asalto. Su hermana lo deschavó ante la policía luego de sospechar que él la había engañado con otra mujer, asegurando que su pareja había escondido seiscientos mil dólares dentro de una heladera de su casa, lo que terminó generando que cayera preso él y toda la banda.
En los últimos tiempo Marga tenía otro amor en la provincia de San Juan, por eso viajaba con frecuencia para allá. En 2009, de paseo por la zona, sufrió un colapso cerebral, fue trasladada al Hospital Privado de Comunidad de Mar del Plata, pero no lograron recuperarla.
Murió a los 61 años el 30 de noviembre de 2009. El velorio fue una fiesta. Contó con la presencia de las anfitrionas de sus cabarets, música de Sandro de fondo, sobre su féretro se derramó champagne como ofrenda y un loro entonó la marcha peronista. Luego recibió cristiana sepultura en el cementerio Colinas de Paz de Mar del Plata, junto a su madre y su padre, el hombre que la inició en el interminable y sórdido camino del delito.